Ningún presidente en la historia del Perú se ha autodescalificado tanto y en solo 200 días de gobierno como Pedro Castillo, al punto de que su propia ineptitud puede empujarlo fuera del poder o su propia ambición antidemocrática llevarlo a retener su mandato por la fuerza y a cualquier precio.
Es más: si la administración del caos y del vacío de poder por Castillo y por el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, termina en el reemplazo del actual Congreso por una asamblea constituyente, como no puede dejarse de prever, el siguiente paso será la toma del poder indefinidamente.
Para entonces, se habrá consumado el golpe de Cerrón a Castillo.
La realidad anómica del Perú y de los peruanos (ausencia y degradación de la ley y el orden institucional) es la mejor aliada que Castillo y Cerrón han podido encontrar en su escabroso paso por la política y por el poder.
Así como nadie discute el peso de Cerrón sobre Castillo ni la impunidad de la que goza Cerrón bajo el Ministerio Público y el Poder Judicial, tampoco nadie discute su capacidad desmedida para infiltrar el aparato público ministerial con militantes radicales de Perú Libre, muchos de ellos mediocres y judicializados, vinculados al narcotráfico y a Sendero Luminoso, causantes, en buena parte, de la alta desaprobación presidencial.
Entretanto, la paradoja de Castillo es que, al tiempo de reconocer enfáticamente que no está preparado para gobernar, no hace absolutamente nada por compensar esa fatal incapacidad. Y, además, que a sabiendas de que el principal problema del país es él, insiste en culpar de todas las desgracias nacionales a la Constitución vigente y al modelo macroeconómico de 30 años, cuyas señales de estabilidad él aplaude ahora como éxito suyo después de haberse pasado seis meses saboteándolas políticamente.
Ahora resulta que hasta el problema de la corrupción en el Perú –que le toca directamente a Castillo por casos como el de su ex secretario general Bruno Pacheco y la lobbista Karelim López– debe resolverlo la OEA. Una vergonzosa demostración de total desconocimiento respecto de las competencias del Estado Peruano y de ese organismo internacional.
¿Tan ingenua e insensata podrá ser la OEA para tragarse semejante sapo?
Si en un tiempo el problema número uno fue la inflación y en otro tiempo el terrorismo –como los hubo también tiempos en los que la pobreza, la informalidad y el desempleo marcaron gruesas señales de alarma–, hoy en día la ineptitud de Castillo supera enormemente cualquier otra gran preocupación nacional.
Castillo no tiene la menor idea de las prerrogativas que posee ni la menor noción de la gestión pública puesta en sus manos ni la menor voluntad de poner al frente de ella a los mejores cuadros técnicos y políticos. Sin embargo, sí exhibe la suficiente astucia para instalar, sin límites ni controles, un oscuro poder paralelo al del Consejo de Ministros, desde el que pretende gobernar bajo las sombras y autoritariamente.
Venimos asistiendo así al ensayo exitoso de una situación cada vez más parecida a la de un golpe de Estado. Como la construyó tenebrosamente a pulso Martín Vizcarra, auxiliado por quienes no tienen escrúpulos para servir de nodrizas políticas y jurídicas a los autoritarismos o a las dictaduras de turno.
En esa misma dirección, corre a paso acelerado, dándose de bruces, la voluntad oficialista de introducir en el debate público la teoría de una inminente conspiración contra Castillo, supuestamente promovida por la oposición parlamentaria. Una vez más, al puro estilo Vizcarra, opera una maquinaria destinada a satanizar y desprestigiar al Congreso.
Por eso mismo, sorprende ingratamente que el Congreso, último reducto del sistema democrático vigente, le haga el juego a las acciones desestabilizadoras del gobierno. Su complacencia y amodorramiento parecen no hacerle ver con claridad el despeñadero político al que nos estamos acercando. Castillo y Cerrón son más de pactos que de conversaciones, más de intereses propios que de compromisos por el bien común, más de traiciones que de lealtades.
Nunca han sido tan constitucionalmente válidas las prerrogativas de la vacancia presidencial como nunca tan válidas las razones para su aplicación a Castillo; entre ellas, sus monumentales mentiras al país. Sin embargo, es tan fuerte el apego de los congresistas a su planilla quinquenal, que no querrán perderla jamás por votos que signifiquen la convocatoria a elecciones generales adelantadas.
En la seguridad de que no será vacado ni destituido, Castillo parece intuir que más temprano que tarde tendrá a su alcance las condiciones propicias para repetir la barbarie inconstitucional vizcarrista, con el mismo cinismo y frialdad con que la impunidad política y judicial cuida las espaldas de los más grandes delitos que se cometen en el Perú.
Cerrón, por supuesto, espera su turno, en el disfrute de sentirse intocable política y judicialmente.
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