Héctor López Martínez

El ha puesto en circulación la novena moneda de la serie numismática “Constructores de la República. Bicentenario 1821–2021″, con la imagen del protomédico limeño José Manuel Valdés, ilustre figura académica de los años finales del Virreinato e inicios de la República. Fruto de la unión libre de un “indígena” natural de Zaña, nombrado Baltazar Valdés, músico de profesión, y de la liberta afroperuana María Cavada, José Manuel vino al mundo el 29 de junio de 1767 en un callejón de la calle Santa Clara. El niño, de precoz talento, fue protegido por sus padrinos, un boticario español y su esposa Mariana. Ellos lo pusieron en la escuela y a los cinco años el pequeño leía y escribía correctamente repitiendo sin titubear la doctrina cristiana. Sus padrinos decidieron entonces darle la educación más esmerada posible y lo dejaron en manos del sacerdote agustino Salia, que gozaba de gran reputación por su virtud y saber, y era director del Colegio de San Ildefonso, donde José Manuel aprobó brillantemente los estudios completos de latín, matemáticas, filosofía y teología.

Premunido de tan rico bagaje intelectual, el padre Salia lo alentó para que siguiera estudios de medicina, que en su caso, por no ser “limpio de sangre”, solo podían tener una meta restringida: convertirse en cirujano latino, la clase más alta dentro de esa profesión que, por entonces, estaba en un plano inferior a la medicina. La fama de José Manuel Valdés crecía constantemente y su talento era reconocido por todos a tal punto que la Audiencia de Lima expuso con detalle ante la Corte de Madrid el singularísimo caso de José Manuel, obteniendo que el rey Carlos IV, el 11 de junio de 1806, expidiese una Real Cédula que autorizaba su ingreso en la Universidad de San Marcos, donde se graduó de bachiller en Medicina en 1807 y de doctor ese mismo año.

En toda esta etapa, el apoyo que le brindó Hipólito Unanue fue notorio. Su doctorado fue el punto de partida de una carrera brillantísima jaloneada por la publicación de múltiples trabajos tanto en Lima como en Europa, derivados de su experiencia clínica y de su incorporación a la docencia en el Colegio de San Fernando, del que sería director. Su momento cenital llegó en 1835, cuando fue designado Protomédico General del Perú, el cargo más importante e influyente que podía alcanzar un galeno y que desempeñó hasta su muerte. En esa época, el agudo y risueño Pancho Fierro retrató al doctor Valdés embozado en una gruesa capa y con un alto sombrero de fieltro, junto a la calesa que utilizaba para visitar a sus numerosos pacientes de todos los niveles sociales.

Cuando arribó a nuestras costas la expedición libertadora del general José de San Martín, ocurrió una terrible epidemia que hizo estragos en la fuerza patriota acantonada en Huaura. El doctor Valdés estudió ese doloroso episodio y, posteriormente, publicaría un libro donde afirmaba que el cólera, el temible vibrión colérico, había sido la causa de la muerte de más de 1.200 hombres, entre oficiales y soldados. Por ese tiempo, Valdés publicó una oda titulada “A Lima libre y triunfante”. También dedicó vibrantes odas patrióticas a los generales San Martín y Bolívar. Al conjuro del espíritu libertario, el Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando se trasformó en el Colegio de la Independencia, conservando el reglamento dictado por Valdés que junto con lo profesional tenía pautas de carácter religioso. La ciencia médica avanzaba rápidamente en Europa y las teorías de los grandes tratadistas eran prontamente conocidas en Lima aplicándose los métodos sugeridos. Al mismo tiempo, nuevos aires ideológicos, especialmente liberales, cobraron auge en nuestro ámbito académico. El doctor José Manuel Valdés resistió impávido los embates liberales aferrándose tercamente al pasado. Para él, la medicina era un cuerpo sólido de doctrinas y de verdades adquiridas. Los libros hipocráticos los valoraba como el Antiguo Testamento y el Nuevo lo formaban los libros del médico francés René Teófilo Laennec, inventor del estetoscopio en 1816 y del método anatomoclínico, que consistía en el examen físico del paciente. Con estos elementos, Valdés ejercía su casi sacerdocio, pues así lo consideraba, curando y consolando a sus pacientes.

Fue entonces que las columnas de El Comercio se convirtieron en la palestra donde los seguidores y los detractores del doctor Valdés polemizaron ardientemente. El anciano médico, refugiado en la oración, sufrió en silencio esos momentos tan de-sagradables. En la edición de El Comercio del 29 de julio de 1843 se anunciaba el fallecimiento del renombrado Protomédico General del Perú. La nota decía: “La vida larga de este profesor fue consagrada exclusivamente al estudio. Los importantes escritos que en varias materias ha dejado no solo nos recordarán al médico, al teólogo, al literato peruano, sino al hombre constante que, luchando con las preocupaciones de su tiempo, supo elevarse, con solo su mérito, entre mil dificultades de todo género, hasta obtener las primeras distinciones con que se premian el mérito y el saber”. El merecido homenaje que se rinde a Valdés era largamente esperado.