“Tuve la fortuna de trabajar con él durante varios años y pocas veces he estado acompañado de una persona con su inteligencia y criterio, todo eso subrayado por un sentido del humor”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“Tuve la fortuna de trabajar con él durante varios años y pocas veces he estado acompañado de una persona con su inteligencia y criterio, todo eso subrayado por un sentido del humor”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa
Alonso Cueto

He conocido a pocas personas como . Su vida fue una suma de creaciones. Siempre estaba comprometido con algo: la cocina, las noticias, la música, las lecturas. Sus compromisos eran contagiosos. En los aciagos años 80, cuando vivíamos bajo la confluencia del terrorismo y el primer gobierno de , Bernardo estaba lleno de proyectos. Uno de ellos fue la revista , que publicó su primer número en el año 86. Allí, en un par de habitaciones, un grupo de periodistas –entre los que estaban Ramón Vergara, Rocío Silva Santisteban, Carlos de la Puente y otros– se dedicaron a una revista de reportajes, crónicas e informes con gran despliegue visual. Luego, Fernando Ampuero iba a tomar la posta con una calidad que la revista hoy mantiene. Un tiempo después, en 1999, junto a Gilberto Hume, Bernardo fundó Canal N. Hay que recordar la importancia decisiva que tuvo el canal. Poco después de su fundación, fue el único que se atrevió a emitir el video del soborno a Kouri, el 14 de setiembre del año 2000. Con el respaldo institucional del grupo El Comercio, Canal N hizo una contribución decisiva para el fin de un gobierno corrupto, mostrándolo tal y como era en las piras de billetes acumulados sobre una mesa. Luego fue impulsor de otra influencia decisiva, la del diario “Perú 21″, bajo la dirección de Augusto Álvarez. Otros muchos proyectos valiosos, como el diario “Trome”, se deben a su iniciativa.

Bernardo era un buscador incansable. Puede decirse que el impulso creador era el sustento de su vida. Abría puertas y las mantenía abiertas cuando nadie las había visto. Y fue extraordinariamente respetuoso del trabajo de quienes había escogido. Tuve la fortuna de trabajar con él durante varios años y pocas veces he estado acompañado de una persona con su inteligencia y criterio, todo eso subrayado por un sentido del humor. La ironía era un escudo suficiente contra muchos de los contratiempos que enfrentaba. Los comentarios privados de Bernardo sobre la situación del país y el comportamiento de alguna gente son un alimento para cualquier antología del humor limeño.

Su impulso creador siempre partió de la valoración del Perú. Fue por eso también que contribuyó decisivamente a la difusión de la gastronomía peruana, un proceso que incluyó su participación en ferias, programas de radio y televisión junto a Cucho La Rosa, y restaurantes de comida novoandina. Luego fue viceministro de Cultura. Plantó también uvas Moscatel y Luna Negra en Paracas para hacer sus propios vinos y piscos. No descartaba hacer negocios, pero su propósito era mejorar la vida de otros curiosos y aventureros, amantes de la vida, como él. El Perú lo fascinaba. Nunca parecía desanimado. Era como si siempre se estuviera preguntando qué más podía hacer por nuestra cultura y nuestro periodismo. Y en medio de todo siempre tenía una sonrisa a la mano para buscar momentos de reflexión. Solo se detenía para pensar en su familia. Recuerdo haber tenido conversaciones sobre cómo interesar a nuestros hijos por la música clásica. Me dio consejos detallados en ese terreno también.

A pesar de sus cargos y su posición, nunca sentí que los ostentaba. En eso era igual a sus hermanos y a sus hijos. Recuerdo en especial a su madre Elvira y a su padre Bernardo, y a la labor que desplegaron en la AAA. Todos ellos forman parte del grupo de personas que se entregaron a difundir nuestras riquezas. Fue alguien que vivió para hacer que nuestro país descubriera su luminosidad, su apertura y su variedad. Que esas puertas se mantengan abiertas, que nunca se cierren.

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