Históricamente, el Servicio Diplomático de la República ha sido percibido como una actividad realizada por personas que socialmente identificamos como poseedoras de capital cultural y social. De ahí, la noción del respeto y la mística que tiene la figura del diplomático o diplomática en nuestro imaginario. Les percibimos como personas de mucha cultura, alturadas, sofisticadas, “de mundo”. Históricamente también, estas no son características que generalmente asignamos a las personas racializadas.
PARA SUSCRIPTORES: Estas son las diferencias entre Perú y otros países de Latinoamérica para sancionar la discriminación racial
La facultad presidencial de nombrar embajadores políticos, personas que no han seguido la carrera diplomática en la Academia Diplomática del Perú, es una potestad constitucional que no condiciona la designación politica a la carrera profesional del candidato. Es un asunto de confianza presidencial. Es curioso, sin embargo, que de todos los embajadores y embajadoras políticas que tiene el país, sea el CV del ex primer ministro Vicente Zeballos, el que preocupe a la congresista Martha Chávez.
Y, es que en nuestro imaginario social las personas racializadas pertenecen a ciertos espacios y cumplen ciertos roles. Cuando estas personas “ocupan” espacios o tienen atributos “que no les pertenecen,” o cuando denuncian el racismo, inclusive, tienen que pagar un costo social. La sociedad les considera transgresores. Una mujer afroperuana, por ejemplo, puede ser buena para el vóley, o para la cocina, inclusive para el baile, y la sociedad no lo verá como raro. También puede ser la CEO de una empresa multinacional, pero esa imagen “se nos hace rara.” Probablemente nos preguntemos, ¿será realmente la CEO? ¿No será la secretaria? Por otro lado, un hombre andino amazónico puede ser farmacéutico, o profesor de matemática, pero ¿jefe de cirugía de una clínica en San Isidro? Esa imagen nos causa alguna reacción, aun si es la expresión de nuestros sesgos inconscientes, en el mejor de los casos.
Mediante este tipo de reacciones –las hay mucho más violentas–, nuestra sociedad ejerce su labor de “vigilancia” (‘policing’) respecto del navegar social de las personas racializadas. De su actuar en el ámbito público. De ahí la frase de Martha Chávez referente a “sacar del camino” a una persona para “hacer el espacio” para otra. Reemplazar a alguien cuyo rol/pertenencia se asume por defecto por alguien cuya presencia en el espacio es disidente. ¿Washington? ¿No es mejor Bolivia?
Claramente, la argumentación inicial sobre la falta de pergaminos y la poca experiencia en derecho internacional deja de ser el elemento central cuando se afirma lo anterior. El problema no es el nombramiento político (Chavez misma sugiere uno diferente), sino su color de piel o lo que esta representa: quien va a “ser la cara del Perú” en un lugar de “altura”. Hay ciertas designaciones diplomaticas que acarrean un sobrevalor social especial en nuestro imaginario; entre estas, la representación ante la OEA y ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
En suma, estas frases son racistas porque manifiestan la noción de que Vicente Zeballos, designado legalmente a un cargo para el cual no hay requisitos formales o técnicos delineados por nuestra Constitución, no pertenece al espacio al que se le estaría enviando en base a razones no objetivas y relacionadas directamente a un elemento de su identidad étnico-racial percibida: sus “rasgos andinos”.
Probablemente la congresista Chávez no considere que sus expresiones fueron racistas. Este es parte de nuestras dinámicas personales y colectivas, nuestro discurso, las bromas que hacemos, y nuestras expresiones de “cariño”. El racismo es uno de los pilares de la construcción de la República peruana. Solo recordemos nuestro sistema de organización político-social primario: república de indios, y república de españoles.