La catástrofe humanitaria de Venezuela ha desaparecido de los titulares de los principales periódicos de Estados Unidos desde que las bravuconadas del presidente Donald Trump contra el dictador Nicolás Maduro han probado ser amenazas vacías, y el presidente estadounidense habla cada vez menos del tema. ¡Es hora de volver a poner a Venezuela en las primeras planas!
Los periodistas que moderen los debates presidenciales del 2020 deberían colocar a Venezuela entre los principales temas de política exterior si es que los propios candidatos no lo hacen. En los debates demócratas del 2019, la mayoría de mis colegas que moderaron los debates omitieron vergonzosamente hacer preguntas sobre la crisis venezolana.
Trump está hablando cada vez menos sobre Venezuela. Sus veladas amenazas de una intervención militar, que nunca fueron una buena idea sin un gran apoyo internacional, resultaron ser lo que muchos de nosotros sospechábamos: un teatro político para ganar votos en la Florida.
Y la agenda antiinmigrante, antiambiental, anti libre comercio y anti ayuda exterior de Trump, además de sus insultos, entre otros, a los mexicanos como “violadores” y “criminales”, y a los centroamericanos y haitianos como nativos de “países de m...”, han aislado a Estados Unidos en la región.
Trump no tiene un plan coherente ni relaciones en la región como para liderar una coalición internacional para sacar a Maduro del poder. Mientras tanto, Venezuela se ha convertido, como Siria, en uno de los mayores desastres humanitarios del mundo.
Los escuadrones de la muerte de Maduro son responsables de unas 6.800 ejecuciones extrajudiciales entre enero del 2018 y mayo del 2019, según la alta comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet.
El informe también documentó el uso generalizado de la tortura contra algunos de los más de 720 presos políticos de Venezuela, incluidas las descargas eléctricas y la asfixia con bolsas de plástico. Es una escala de violaciones que iguala, y tal vez supera, a la de los peores momentos de las dictaduras militares de América del Sur en la década de 1970.
Según la OEA, más de 4,7 millones de venezolanos han huido de su país en los últimos cinco años. El éxodo podría llegar a los 10 millones en tres años.
Y, sin embargo, Maduro ha consolidado su dictadura en los últimos meses. México y Argentina, que habían sido miembros activos del Grupo de Lima para restaurar la democracia en Venezuela, han cambiado de bando. Los nuevos presidentes de los dos países ahora reconocen al régimen de Maduro.
Aunque parezca una broma, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, una institución separada de la oficina de Bachelet, aceptó recientemente a Venezuela como uno de sus 47 países miembros.
¿Que hay que hacer? Para empezar, hay que pedirle a todos los candidatos presidenciales de Estados Unidos que propongan una política para América Latina, porque la actual –como bien la definió el precandidato demócrata Joe Biden– está “moralmente quebrada”.
Hoy se necesita, más que nunca, una sólida coalición internacional contra Maduro. En lugar de insultar a los inmigrantes latinoamericanos, construir un muro inútil en la frontera mexicana, separar a los niños refugiados de sus padres, cortar la ayuda extranjera a los países centroamericanos y aplicar aranceles a gobiernos amigos, Estados Unidos debería tender puentes con las democracias de la región y ayudar a crear un frente efectivo contra Maduro.
Sería moralmente condenable que los moderadores de los próximos debates presidenciales de Estados Unidos se centren exclusivamente en la agenda de Trump, e ignoren la tragedia venezolana. Se trata de una crisis sin precedentes en la historia reciente de la región, y está afectando a todo el continente.
–Glosado y editado–
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