La victimización resulta de crucial importancia para los líderes, sus seguidores y simpatizantes en la actualidad. Es irrelevante cuán veraz sea el reclamo, lo esencial es, primero, sentirse o hacer sentir al demás injuriado y, segundo, tener en claro quién es culpable del mal causado. Los líderes azuzan estos sentimientos con la esperanza de conseguir adeptos y ser considerados como las personas más idóneas para rectificar el agravio percibido.
En el pasado, ser víctima no era siempre bien considerado en el quehacer político. Daba la impresión de personas desvalidas, suscitaban más lástima que simpatía. Por ejemplo, quizás no exista escrito más político que el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Pues he revisado varias traducciones en castellano e inglés y la palabra víctima no aparece, a pesar de que términos como explotación y opresión abundan. Por el contrario, la “lucha” es uno de los términos más usados.
Durante el siglo XX, la victimización cobró un peso inédito. La retórica nazi, por ejemplo, presentaba al pueblo alemán como víctima del resto de Europa, los comunistas y los judíos. Por otro lado, y con metas diametralmente opuestas, al ampliar la cobertura de los derechos humanos, la noción de víctima cobró central importancia en las luchas políticas y frente a los tribunales. La víctima es una persona cuyos derechos han sido violados y, por ende, se le ha generado un daño. En muchas sociedades, el trabajo político progresista se concentró en la extensión de los derechos universales y de los mecanismos e instituciones para su protección y defensa. Como consecuencia, la percepción y autopercepción como víctimas aumentó, convirtiéndose en una parte sustanciosa del discurso político.
A muchos políticos, además, les conviene que sus seguidores y adeptos se perciban a sí mismos como víctimas. Es lo que se denomina victimismo. ¿Por qué? Bueno, estudios muestran que acarrean ciertos beneficios psicológicos y sociales que pueden ser cosechados por el líder o autoridad política al hacer públicos los agravios. ¿Cuáles son estos beneficios?
En primer lugar, el victimismo genera un sentido de pertenencia poderoso y conecta a personas que perciben sufrir el mismo agravio. En segundo lugar, el papel de víctima permite adquirir un estatus moral y social superior. La injusticia sufrida por la persona la ubica en un plano por encima del ciudadano común y corriente. En tercer lugar, las víctimas son acreedoras de un trato deferente, se les escucha con mayor empatía/simpatía. Claro está que estos beneficios siempre provendrán de personas y grupos que comparten afinidades políticas con la víctima.
Miles Armaly y Adam Enders (2021) han realizado un interesante estudio sobre el victimismo percibido en la política estadounidense. Ellos insisten en “lo percibido” porque no les interesaba establecer el nivel de veracidad de los agravios denunciados. Examinan las manifestaciones de dos tipos diferentes de victimismo, el egocéntrico (se considera víctima porque cree “merecer más”) y el sistémico (es víctima de las estructuras o fuerzas sociales).
Lo interesante es que encontraron que el nivel de victimismo se da por igual no importando posición ideológica, militancia partidaria, intención de voto o variables sociodemográficas. El tipo de victimismo variaba, sin embargo, de acuerdo con el nivel de apoyo a Donald Trump; es decir, un líder populista de una derecha conservadora. Entre los que apoyan a Trump hay más victimismo egocéntrico y mucho menos sistémico. Es decir, consideran que los culpables de los agravios son grupos específicos (inmigrantes, China, izquierdistas, homosexuales), pero no el sistema. Todo lo contrario ocurre entre los que no apoyan a Trump ya que tienden a culpar al sistema de los diversos males sociales (pobreza, racismo, sexismo).
A primera vista, estas conclusiones podrían ser aplicables al Perú. El discurso populista derechista (López Aliaga) tiende a victimizarse recurriendo a grupos (caviares, terrucos, inmigrantes) que supuestamente están malogrando arreglos sociales considerados adecuados (democracia, libre mercado, Constitución del 93). Mientras que el populismo de izquierda (Castillo) se victimiza por cuestiones sistémicas (centralización, desigualdad, racismo, etnocentrismo). El problema con el victimismo, no obstante, es que muchas veces termina encubriendo malas gestiones (incapacidad, corrupción) u ofreciendo permanentes excusas para la falta de acción o el fracaso.