“¿Se puede permitir en un Estado Constitucional de Derecho que un periodista llame mediocre, traidor, embustero y ladrón al Presidente Constitucional de la República? ¿Eso es la libertad de prensa?”.
El texto que abre esta columna corresponde a un tuit de Vladimir Cerrón, para quien la crítica ácida –con cuyas formas se puede coincidir o no– debería ser censurada en el país. A estas alturas, no me cabe duda de que el líder de Perú Libre es un enemigo de la libertad de expresión y, por ende, de la democracia. Basta con repasar el ideario de su partido, sus estridentes trinos en redes sociales y sus más recientes entrevistas, para comprobar que su alergia a la libertad (en sus distintas variantes: de opinión, contractual, de empresa) se explica por su fiebre por el poder absoluto.
Paradójicamente, él y muchas otras personas fueron víctimas de ataques contra su libertad de expresión la semana pasada, cuando una turba enardecida cercó la entrada de la librería El Virrey. No solo expresaban su repudio a Cerrón, sino que insultaban, perseguían y lanzaban objetos contra los asistentes y panelistas que acudieron a la presentación del libro “Populistas” de Carlos Meléndez.
La ironía es que Cerrón y sus iracundos detractores probablemente tienen más en común de lo que creen. Silenciar a la discusión pacífica, callar a la opinión incómoda, son objetos de deseo de las más rancias izquierda y derecha peruanas, que, si pudieran, instaurarían un Oscurantismo del siglo XXI. Por eso, creo que Cerrón fue el gran ganador de la vergonzosa batahola miraflorina. Los manifestantes, encabezados por grupos extremistas como La Resistencia y Los Combatientes, le regalaron al médico marxista la atención que tanto apetece y la insignia de mártir de la revolución con la que tanto fantasea. Peor aún, a través del veto y la violencia, se aviva la flama de la intolerancia, esa que tanto necesita la hoguera en la que Cerrón quiere incendiar el país, para “reconstruirlo” con una nueva Constitución.
Mañana se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa y la prensa peruana lo recibe en su momento más frágil y no solo a causa de las puyas gubernamentales. Entre el 2019 y el 2021, la confianza ciudadana en los medios de comunicación masiva cayó 12 puntos porcentuales hasta su punto más bajo en la medición del Latinobarómetro. Ahora nos colocamos en el antepenúltimo lugar de la región (29%).
Varios medios de comunicación contribuyeron a esa desconfianza, como analizo con ejemplos en el último capítulo de mi libro “Polítika vs. Prensa”. El temor a los peligros –previsibles y comprobados– que representaba el gobierno de Pedro Castillo los llevó a escoger el camino de la oscuridad. En pantallas y portadas se erigieron falsos ídolos y se ocultaron a los villanos, tratando de arrastrar a los votantes de las narices en lugar de informarlos para que, ilustradamente, decidan.
Ahora bien, el recelo a los medios es también un reflejo de nuestro escepticismo generalizado. El Perú es el país más insatisfecho con la democracia (11%), solo después de Ecuador (10%). Uno de los países con mayor desconfianza interpersonal (apenas 10% de confianza), solo superado en el anti ránking por Ecuador, Paraguay, Nicaragua, Venezuela y Brasil. También somos el país con menor confianza en los partidos políticos (7%) y en el Congreso (7%) de la región.
De algún modo, nuestra antipatía por la clase política y medios de comunicación refleja nuestro propio repudio interpersonal. ¿Cómo podríamos defender la libertad de expresión si despreciamos la discrepancia? Si usted y yo pensamos distinto, y decidimos cancelarnos mutuamente, ¿con quién dialogamos?