La primera vez que fui a Cuba, pensé encontrar una dictadura en blanco y negro. Un Estado policíaco y represor, digno de los totalitarismos precaída del Muro. No había reparado en la astucia de los Castro, que tanto saben por viejos como por diablos. Han erigido un “autoritarismo tropical” que no parece, pero es. En la televisión pasan la última temporada de “Mad Men”, pero los noticiarios son de la época de la Guerra Fría. No es necesaria ninguna vigilancia uniformada, los comités de la revolución tienen mil ojos y mil oídos. Cómo serán las apariencias, que hasta elecciones tienen.
Precisamente por esos azares del destino, participé en el escrutinio de una elección en La Habana. A las 17:00 horas de aquel domingo se cerraba la votación. El ánfora –vigilada desde las 8:00 por una dupla de pioneros– se abría para iniciar el conteo de los votos. La primera constatación era la tasa de participación: 90% de registrados. No estaba mal si se comparaba con el promedio nacional de esa elección (88%), y hasta resulta envidiable si se ve a la luz de los resultados del domingo último (82%). Uno de cada diez vecinos de aquel barrio no se había acercado al centro de votación, a pesar de las insistencias. Sí, en Cuba, los camaradas más activos van de casa en casa, tocan puerta a puerta para “invitar” a votar. No hay excusa. La obsesión es reducir la abstención al mínimo para “que sufran los de Miami” (sic).
La elección es casi siempre entre dos candidatos. En el caso que presencié, ganó el más joven. Eso era prácticamente lo único que distinguía a las opciones. El pluralismo político organizado no está permitido. Tampoco la publicidad. Así que en las ventanas del recinto electoral cuelgan unas fichas que relatan burocráticamente el CV de los postulantes y, a veces, la foto carnet respectiva. Todos son compañeros revolucionarios ejemplares que merecen el honor de ser elegidos delegados, es decir, el primer y más inmediato pararrayos de las quejas. Son representantes del “Poder Popular”; no hay dudas del origen plebeyo, pero definitivamente no ostentan ningún dominio real. Hasta este punto llega la “democracia electoral” cubana. En las elecciones de los siguientes niveles no caben sorpresas, pues los únicos electores son los delegados cuya lealtad al régimen está garantizada. Si no, ya tú sabes.
Los autoritarismos tienen instituciones nominalmente democráticas. De hecho, en Cuba hay elecciones, Parlamento y hasta un partido. Pero estas no cumplen con sus funciones democráticas convencionales. Las elecciones no son la voz del pueblo, sino un mecanismo de control y movilización de base. El Congreso no representa el pluralismo político, sino sirve para renovar los compromisos de las élites que comparten el poder autoritario. El partido no agrega intereses, coopta.
Con más de cincuenta años en este trajín, las instituciones totalitarias están sólidamente asentadas. El optimismo de una apertura económica, primero, y de la normalización de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, después, tienen un impacto menor en la improbable democratización de la isla. Son, más que esperanzas, especulaciones, y por ahora, solo bururú barará.