El 27 de febrero escribí: “El 16 de enero escribí que hasta ese momento no se había dado el usual despegue de candidaturas de noviembre-diciembre en nuestras elecciones. Esos cambios despertaban la campaña, con subidas y caídas que iban marcando las preferencias de los electores. Hoy, salvo por el ascenso de Yonhy Lescano, la foto no cambia, con apenas 10 puntos entre el primero y el grupo de ‘otros’. Entrar a marzo en estas condiciones confirma lo atípico que está resultando este proceso incluso para un país acostumbrado a los movimientos abruptos de preferencias. El Perú ya era impactante en sus subidas y bajadas del último mes. Esta vez creo que batiremos récords mundiales”.
Iniciar así suena a broma, pero permite resaltar lo particular de la elección. Entramos a abril con todo muy parecido y se vienen dos semanas de montaña rusa. No es que marzo haya sido del todo irrelevante, han pasado cosas importantes para la carrera final, pero sin motivar cambios fuertes.
El mes comenzó con los reflectores sobre Yonhy Lescano y Rafael López Aliaga. El primero llega a fin de marzo todavía arriba y bien posicionado para segunda vuelta. En días en que los indecisos optarán pensando en quienes son viables y a quienes rechazan más, estar arriba y con menor resistencia es bueno. Pero es un puntero ajustado, carente de entusiasmo, como para estar tranquilo.
Saltó López Aliaga, pero tampoco le fue bien. Su estilo confrontacional y las incoherencias que desnudó la prensa dejaron en claro que no da para ola. Levantó temas buscando entrar en sectores bajos, pero no parece haberle funcionado. Por el contrario, lo mostraron improvisado y vulnerable en segunda vuelta, seguro espantando voto en el AB. No puede descartarse, sin embargo. Las encuestas del fin de semana probablemente indiquen si todavía puede presentarse como el candidato viable desde la derecha y jalar voto, o si se acabó la gasolina.
Finalmente, dos datos de marzo que también afectan la carrera en la recta final. El crecimiento de Pedro Castillo en el sur golpea a Lescano y a Verónika Mendoza en un territorio que debía darle votos estas semanas. El costo puede ser mayor para Mendoza, por una campaña que creo estuvo muy centrada en el votante del sur (o el votante “ideal” del sur). Castillo le roba votos como Goyo Santos en el 2016, pero ahora con la región más fragmentada. Mendoza ha buscado en estos días llegar a otras audiencias y creo que mostró en el primer debate que tiene capacidad para hacerlo. Lo complicado es que ahora tampoco puede descuidar el sur.
Segundo, este mes Forsyth no desapareció en el desierto de los “otros”. Al detener el desplome gana un nuevo aire como posible mal menor, tanto para un votante de derecha que lo ve como más atractivo y viable en segunda vuelta que a otros como para un centrismo resignado, diría derrotista. Es un candidato que insiste en un impostado discurso de ataque a “los mismos de siempre”, pero cuya fortaleza podría estar, paradójicamente, en representar él su mentada “mismocracia”, sin riesgos ni aventuras.
Quien no tuvo cambios es Keiko y no parece un mal negocio. En marzo se pensaba que López Aliaga crecería entre sus votantes. Hasta ahora no pasó. Es a la que veo con menos opciones del grupo de favoritos, su resistencia en segunda vuelta es enorme. Pero si cae López Aliaga y si los indecisos del D y E le dan unos puntos, pues quién sabe.
Permítanme abusar de su paciencia y concluir como hace un mes: “Como sea, lo que debe estar ya muy claro es que cualquiera que sea el camino que sigamos no tendremos muchas ideas, intercambios alturados o candidatos que emocionen. Es como el cierre lógico del proceso de debilitamiento partidario y desinterés político iniciado tras la transición democrática y, en realidad, desde los 90. El problema es que este cierre no anuncia algo mejor, sino que hace muy probable la continuidad de la misma debilidad y mediocridad política”.
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