Los últimos 30 años, el país ha sido gobernado por gestiones de centro derecha o derecha dura y pura. Sin embargo, en ese largo periodo de tiempo, la derecha ha sido incapaz de formar una banca con recambio. Así, luego de la debacle del caso Lava Jato, llegó al 2021 sin candidatos viables para tomar la posta en el poder.
Si retrocedemos un poco y revisamos los resultados electorales desde 1990, podemos ver cómo los candidatos posicionados a la derecha del espectro político siempre concentraron la gran mayoría del voto ciudadano. En la famosa contienda entre Fujimori y Vargas Llosa, ambos concentraron más del 50% de la votación en primera vuelta. En el 95, Fujimori y Pérez de Cuéllar alcanzaron una proporción mayor al 80%. Lo mismo ocurrió en el 2001, con las candidaturas de Alejandro Toledo, Alan García y Lourdes Flores. En el 2006, a pesar de que Ollanta Humala lideró los resultados de la primera vuelta, García, Flores Nano y Martha Chávez sumaron el 55% de los votos. Cinco años más tarde, la derecha seguía firme en las preferencias ciudadanas: Keiko Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski, Alejandro Toledo y Luis Castañeda consiguieron una votación conjunta de casi 60%. Y, aunque esa elección la ganó Humala, no le quedó otra que tirarse al centro en la campaña de segunda vuelta y gobernar desde la centro derecha cuando llegó a Palacio de Gobierno. Finalmente, hace tan solo 5 años –que se sienten como diez– PPK y Keiko se dividieron el 50% de las preferencias en la primera vuelta.
Hoy, sin embargo, la larga hegemonía de la derecha peruana en el gobierno parece estar sufriendo en medio del periodo de ‘cambio generacional’ obligado en el que se encuentran, producto de los escándalos de corrupción destapados en el último quinquenio. Las encuestas muestran un desinterés generalizado, pero sin duda es la derecha la que recibe el golpe más fuerte de la indiferencia ciudadana. Los tres principales candidatos –'Forzay’, López Aliaga y Fujimori– de ese lado del espectro no concentran ni la tercera parte de las preferencias en el último simulacro de El Comercio-Ipsos. Si miramos un poco más abajo y sumamos a Hernando De Soto, logran alcanzar apenas el 34% de la intención de voto.
Claramente la mayoría de la población no ha virado hacia la izquierda –como también muestran los modestos porcentajes de los candidatos de ese lado– sino que la oferta electoral es poco atractiva. Es así que aparece una oportunidad inesperada para un candidato que no encuentra rumbo: Julio Guzmán.
Como es sabido, la bancada del Partido Morado ha sido la única que se ha opuesto en el Congreso a las medidas populistas que se promovían desde este poder del Estado. Además, según reporta una nota de este Diario, el asesor en temas económicos del partido en la campaña es Raúl Salazar, socio de Macroconsult y conocido economista de derecha. Sin embargo, un fenómeno extraño ocurre con Guzmán. Sea por sus declaraciones erráticas y faltas de postura, por una campaña de desinformación de sus rivales o por una combinación de las dos, Guzmán, el candidato del partido que ha sido el principal aliado del modelo económico en los últimos años, es percibido por la derecha como de izquierda. Una parte del empresariado y de la derecha tradicional ve a Guzmán y ve rojo, mientras que el resto de la población lo percibe como neutro. Tan neutro que es casi transparente.
Si el Partido Morado piensa tener alguna oportunidad de tener una representación relevante en el próximo periodo, necesita intentar cosechar votos donde los hay. Esto es, a la derecha. En el centro radical en el que ha vivido Guzmán hasta ahora no hay nadie y a la izquierda va a ser imposible que le quite votos a Lescano y Verónika Mendoza.
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