Quizá más relevante que la pregunta sobre cuándo serán las próximas elecciones generales sea la de quiénes serían los candidatos en una eventual contienda.
Aunque se pueden suponer algunas cosas, como la participación de la señora Verónika Mendoza, otra vez como arrendataria de Juntos por el Perú (aliado principal del régimen de Castillo), y quizá la de Antauro Humala, como candidato en alguna agrupación sin escrúpulos, no se tiene una imagen clara de la potencial oferta electoral. Y esta es una circunstancia que se hace más evidente cuando hablamos de la derecha.
La izquierda, como pasó con Castillo, al final del día se alineará con cualquiera que prometa hacer realidad sus sueños de opio (como la nueva Constitución) y con cualquiera al que pueda chantársele el rol de héroe en la telenovela que desde hace años se esmeran en promover, aquella del ‘underdog’ provinciano que llegará a darles su merecido a los “blancos” limeños y a ponerle fin a la opresión “neoliberal”. El ahora ‘roommate’ de Alberto Fujimori cumplía con todos los requisitos: era un campesino, profesor y sindicalista que, además de querer cambiar la Constitución, prometió en campaña minar toda la institucionalidad del país. La revolución que nuestra izquierda siempre buscó… y que no le molestó emprender con un sujeto (ahora más claro que nunca) de comprobada tendencia criminal, de conocida aridez intelectual y opuesto a muchos de los principios (como la causa feminista) que, por lo menos en la parte ornamental de los idearios ‘progres’, la izquierda quiso promover. En suma, más que el “roba, pero hace obras”, lo de los últimos años ha sido: es conservador, es un rufián, pero es ‘racializado’ y quiere cambiar la Constitución.
Con estos antecedentes, a la izquierda peruana, incluso a la ‘moderna’ que conspira en Starbucks y brega por lacrimógenas en el parque Kennedy, le será muy fácil respaldar otra candidatura radical. Y, frente a eso, ¿qué ofrece la derecha?
Las marchas y subversiones planeadas por la izquierda en los últimos meses han sido un fracaso rotundo, pero la prolongación de esta ‘Pax Perucha’, generada, en parte, por los desastres naturales, solo da espacio para que en las regiones se siga cociendo un caldo extremista. Y la derecha no tiene una voz, un líder, capaz de impulsar un discurso que lo contrapese. Tampoco parece tener la urgencia.
Basta con ver lo que pasa en el Congreso, un poder del Estado que, más para mal que para bien, es asociado con la derecha. Las últimas semanas han sido un festín de inoperancia dolosa, con la postergación del adelanto de elecciones; de frivolidades, con el despilfarro en pasajes y bufets para los padres y madres de la patria; con proyectos populistas y con legisladores que exhiben toda su vulgaridad e infantilismo peleándose en Twitter cada vez que pueden.
Y, detrás de todo, detrás de las bancadas de derecha, hay líderes que apenan más de lo que entusiasman. En Avanza País, el liderazgo de Hernando de Soto ya está extinto y a juzgar, por ejemplo, por las catastróficas apariciones de Luis Flores Reátegui, secretario nacional del partido, para pedir amnistía para policías y militares en el contexto de las protestas, es claro que el trencito no tiene cuadros potables. En el caso de Renovación Popular, su ficha más popular es el alcalde de Lima y, por ende, un candidato presidencial improbable. En el caso de Fuerza Popular, sin Keiko Fujimori (que no volvería a postular antes del 2026) como candidata, cuesta imaginarse a alguien que pueda tomar la posta… aunque debería haber poca presión cuando tu postulante estrella ha sido derrotada tres veces en los últimos 15 años.
A estos grupos se suman otros tantos que están procurando participación, como el de Pedro Cateriano (Libertad Popular) y el de Roberto Chiabra (Unidad y Paz). Una situación que da a entender que, de nuevo, la derecha presentará múltiples candidatos, todos prestos a atomizar las preferencias y a depredar a sus pares. Un escenario que la izquierda acomodadiza aprovechará.