Hugo Coya

El tiene hasta mañana la gran oportunidad de darle una salida a la crisis política que ha costado hasta ahora la vida de 60 personas, decenas de heridos, cuantiosos daños a la propiedad pública y privada y que se ha convertido en una enorme bola de nieve que mantiene paralizados amplios sectores de la economía.

Así las cosas, a menos de que ocurra un milagro –para aquellos que creen en ellos–, las posibilidades de salir del atolladero en el corto plazo resultan recónditas.

Si bien la postura oficial es que obedecerá la decisión del Congreso incluso si pretenden quedarse todos hasta el 2026, fuentes del Poder Ejecutivo consultadas para esta columna revelaron la coexistencia en el interior del Gobierno de tres corrientes: quienes desean cumplir tres años más en nombre de evitar que supuestamente el caos se adueñe de todo, los dispuestos a subsistir hasta donde sea posible y los partidarios de adelantar los comicios a la brevedad por temor a un agravamiento de la situación.

Las dos primeras opciones parten en su análisis de la lectura de que las viejas costumbres peruanas, saturación y cansancio, imponen razones que la razón desconoce. Más realista, la tercera y también minoritaria al interior de las altas esferas gubernamentales, se basa en la premisa de que estamos ante un escenario de descomposición política pocas veces visto y nadie puede, por lo tanto, garantizar su resultado final.

En su podcast de esta semana, el analista Fernando Tuesta vislumbró el escenario que sobrevendría en caso no se adelantaran las : incremento de la degradación de la vida pública; nuevos flancos y formas de conflictos; mayor impacto en la economía con una inestabilidad y radicalismo en aumento; agudización del desgobierno sin descartar una presencia más activa de los militares en el poder.

Nada podría ser peor para el país si dicho vaticinio se cumple. Quienes manejan los rumbos del país –tanto como creen saber gobernar y aseguran conocer lo que es mejor para la población– deben saber también cuándo es la hora de dar un paso al costado y entender que una crisis de esta magnitud no puede prolongarse más, sobre todo cuando se carga tantos muertos a cuestas. Ni siquiera se ha planteado la posibilidad de formar una comisión independiente que investigue a quien se haya extralimitado en mantener el orden, lanzando, por ejemplo, una bomba lacrimógena a escasos metros de un manifestante y causándole la muerte.

Es indiscutible que el aire se está tornando cada vez más irrespirable y que ese olor fétido nacional se refleja en las recientes encuestas de Ipsos, el IEP y Datum, las cuales oscilan entre el 76% y 71% de personas que exigen la renuncia de la presidenta Dina Boluarte y el cierre del Congreso.

También constituyen un llamado de alerta hacia quienes hacen cálculos con las genuinas aspiraciones de suceder a la mandataria. Ir contra la mayoritaria corriente ciudadana que quiere la salida de todos los pondrá en desventaja en la próxima campaña frente a quienes respaldan la iniciativa y corren el riesgo de tener que guardar luto más allá de la misa del séptimo día, vale decir, hasta que pase la siguiente elección y que llegará tarde o temprano.

Anticiparse a los acontecimientos resulta clave para cualquier político. Aunque el mañana es un lugar que no existe, no se puede negar que el país se encuentra sumergido en un bucle insondable, un metaverso, un mundo virtual donde algunos usan avatares de demócratas sin serlo en el fondo, con derecho a discursos huecos que tan solo pretenden esconder el desapego a la realidad y del que se aprovechan también los violentistas y extremistas.

Nadie puede asegurar que las elecciones sean la solución mágica debido a que han derivado en sinónimo de escoger el mal aparentemente menor para, al poco tiempo, acabar descubriendo que por quien se optó resultaba igual o peor de quien no se quería que ganase.

“Nuestra época es en esencia trágica, y precisamente por eso nos negamos a tomarla trágicamente. El cataclismo ya ha ocurrido, nos encontramos entre ruinas”, escribió el autor David Herbert Lawrence en “El amante de lady Chatterley”, su aclamada novela que permaneció censurada durante décadas.

La frase bien podría extrapolarse a los tiempos aciagos que vivimos y a ese divorcio al leer la realidad de quienes tienen la obligación y la responsabilidad de conducir los destinos de la nación en este momento, sea en el Poder Ejecutivo o en el Legislativo.

No obstante, como dice Lawrence en otro tramo de su obra, se requiere empezar “a construir nuevos lugares en que vivir… No es un trabajo fácil. No tenemos ante nosotros un camino llano que conduzca al futuro. Pero rodeamos o superamos los obstáculos. Tenemos que vivir, por muchos que sean los cielos que hayan caído sobre nosotros”.

La salida de absolutamente todos con elecciones podría ser ese nuevo inicio para nuestra frágil democracia.

Hugo Coya es periodista