“Es imperativo que la oposición venezolana [...] participe en el proceso electoral”.
Venezuela se configura como un régimen híbrido, un autoritarismo competitivo, según el profesor de Harvard Steven Levitsky: las instituciones democráticas formales no son eliminadas sino manipuladas a través de la violencia, el soborno, la corrupción y la cooptación para alterar la normal relación entre el gobierno y la oposición, favoreciendo al primero. De acuerdo con Levitsky, existen cuatro arenas donde la oposición puede tener cierto margen de acción para hacer frente a un gobierno de este tipo: a) electoral, b) legislativa, c) judicial y d) los medios de comunicación.
El gobierno de Caracas está utilizando múltiples tácticas (amenaza, violencia, corrupción) para someter a la oposición en estas cuatro arenas, impidiendo la libre participación en los comicios para reducir su presencia en la Asamblea Nacional y evitar que gane las elecciones presidenciales. También a través de presiones sobre el Poder Judicial –que en una democracia debería ser autónomo– e intimidando a los medios de comunicación independientes.
Las elecciones del 2024 podrían agravar aún más la baja institucionalidad, abriendo paso a un régimen autoritario pleno porque, de acuerdo con el politólogo Robert Dahl, para que unas elecciones sean democráticas no basta con que sean periódicas y competitivas (con la participación de dos o más partidos); deben ser también limpias (sin fraude ni manipulación de las cédulas o actas) y libres. Este último elemento es fundamental en comicios democráticos. En Venezuela se ha inhabilitado a varios líderes opositores como Henrique Capriles –no obstante, ha anunciado su participación en las primarias con la Plataforma Unitaria que quiere desafiar al oficialismo–, se obstaculizó la inscripción/reinscripción de los partidos rivales con manipulación ex ante del proceso electoral, reduciendo la competencia a los partidos satélites del oficialismo y eliminando la presencia de una verdadera alternativa. Siguiendo esta estrategia, la manipulación de los votos ex post sería innecesaria para perpetuarse en el poder.
En este contexto de “elecciones à la carte”, es imperativo que la oposición venezolana se presente más unida que nunca y que participe en el proceso electoral, no para legitimar un fraude, sino para denunciarlo. Retirarse de la contienda dejaría otra vez las manos libres al oficialismo, como ya ocurrió en las elecciones del 2017 para formar la Asamblea Constituyente. Nicolás Maduro tomó la decisión de convocar elecciones constituyentes para formar un foro que usurpara la función legislativa de la Asamblea Nacional, conformada mayoritariamente por integrantes opositores de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática).
De hecho, por cinco años (2015-2020), la mayoría absoluta de los escaños de la Asamblea Nacional pertenecía a la MUD, demostrando cómo un régimen de autoritarismo competitivo (Levitsky) puede sufrir un revés electoral y cómo la oposición puede aprovechar esta victoria para denunciar los abusos del oficialismo.
Finalmente, la comunidad internacional debería presionar al régimen venezolano para exigir elecciones realmente democráticas, respetando los elementos establecidos por Robert Dahl.
"De no presentarse a las presidenciales, la oposición venezolana estaría saboteando más a sí misma que a los comicios".
La única revolución que sigue en marcha en Venezuela parece ser la de la Tierra alrededor del sol. Se acerca, inexorable, la cita electoral del 2024, pero por más piruetas que dé el planeta azul en su danza astral, aún no se asoma ese nuevo día en el que dichos comicios prometan ser transparentes, justos y libres.
Atrapada en su noche eterna, la Revolución Bolivariana lucha solo por mantenerse en el poder. Habiendo aprendido ya que los presos políticos cuestan y obligan, antes o después, a transar con el “imperialismo” para su destierro, esta inhabilita a todo opositor con alguna chance de ganarle en las urnas.
Y aunque este ‘déjà vu’ parezca nicaragüense, el chavismo tiene su propio historial. Al igual que en el 2018, celebra en silencio: ¡menos es más! Pero ¿a menos candidatos, más segura la victoria?
Como la vehemente Aurora, el régimen pidió a Zeus –que en su Venezuela monoteísta se apellida Chávez– vida eterna, mas no eterna juventud para el gobierno de Nicolás Maduro. En búsqueda de un profano tercer mandato consecutivo, a finales de junio optó por inhabilitar también a María Corina Machado, favorita en las primarias de octubre, dejándola fuera del juego político para los próximos 15 años. ¿Esperan los “revolucionarios” ocupar el Palacio de Miraflores por tres lustros más?
Si nunca tuvo la vocación de ser permanente, la chavista ha demostrado ser por lo menos una revolución perdurable, aunque sin posibilidad de evolución. Como la solar, usada para las predicciones astrológicas que la autosugestión concreta puntual pero no cabalmente, confía en que a golpe de inhabilitaciones pueda seleccionar al candidato que Maduro enfrentará en las urnas el próximo año.
Un acto de fe más que política revolucionaria, que terminó inspirando un hito democrático en plena dictadura: la celebración el martes en Caracas del primer debate de precandidatos presidenciales de la oposición, en más de una década, a pesar de las inhabilitaciones.
El variopinto y fragmentado bloque opositor, sin embargo, se muestra –de momento– tan lejos de la Revolución Bolivariana como de su propia evolución. Su reto no debería ser elegir su candidato, sino reanimar al exhausto cuerpo de los demócratas venezolanos para dar el salto electoral.
Bajo estas premisas y las últimas declaraciones del jefe del Parlamento, Jorge Rodríguez, que descartó la observación electoral de la UE, parece tan difícil como improbable que se dé una revolución copernicana y que en el 2024 Venezuela despierte en democracia.
La falta de garantías electorales plantea un enorme reto para la oposición. Es necesario un liderazgo a prueba de balas y desmentir lo que, en otros tiempos y en otros lares, Mussolini llamó ‘ludi cartacei’ (juegos de papel) refiriéndose a las convicciones de Lincoln: “The ballot is stronger than the bullet”.
De no aceptar ese desafío, de no presentarse a las presidenciales, la oposición venezolana se estaría saboteando más a sí misma que a los comicios. Sea quien sea su candidato presidencial, tiene hoy la obligación de evolucionar, un chance para luchar por el cambio y, tal vez, buenas estrellas para infligirle un golpe mortal a este régimen nunca tan revolucionario en las urnas.