El 12 de julio vence el plazo para que los interesados en la actividad política vía un partido se inscriban en alguno o le den el nacimiento deseado, y no son pocos los que han pronosticado que, a partir de esa fecha, se activará un prematuro período electoral que se concentraría en lograr el posicionamiento y la popularización de quienes se presentan a cargos públicos en las elecciones generales del 2026. De ser así, ¿qué le corresponde hacer a la gente de a pie? La respuesta es obvia y, tal vez por ello, no tan evidente. Nos toca, como gente que aspira a tener mejores representantes, hacer una sola cosa: informarnos bien para decidir lo mejor posible de acuerdo con nuestras visiones, creencias y aspiraciones.
Antaño, informarse bien era una labor simple y sencilla, dado que la información se creaba y distribuía preminentemente por medios de comunicación masiva como la televisión abierta, la radio y los periódicos. Eran pocos medios y la producción informativa estaba centralizada. Había firmas reconocidas por sus cualidades profesionales, honestidad académica y buenas maneras. Hoy informarse ya no es una labor simple; por el contrario, se ha convertido en una tarea de precisión y alto riesgo. Sí, crece el riesgo de terminar siendo víctima del ‘brainwash’ de alguna cámara de eco, de agendas de intereses particulares, de la desinformación orientada a crear medias verdades, editadas o simplemente inventadas gracias a la tecnología digital que tenemos a la mano.
Además, en pleno 2024, la labor de informar ya no solo recae en los tradicionales ‘mass media’, dado que la irrupción de los nuevos medios con base en las irrenunciables redes sociales puede convertir a cualquier cristiano ya no solo en una celebridad, sino en un verdadero medio de comunicación. ¡En arca abierta, hasta la justa peca! O, en otras palabras, ¿no será que tanto poder puede marear a quien lo ejerce? Pues claro que sí. El más reciente caso es uno que viene de España con la irrupción de un “candidato medio de comunicación”, según el mismo se ha autodefinido: Alvise Pérez, “yo soy el medio más leído de España”.
Tremendo poder que muchas veces se apaña en las libertades de expresión e información, que, todo hay que decirlo, no son ilimitadas. Con los nuevos medios creados por efecto de plataformas como TikTok, Instagram y X, no es fácil la escogencia basada en cuestiones objetivas, pues en este tipo de nuevos medios operan –lamentablemente– la autorreferencia y la lógica identitaria de la tribu: o piensas como yo o eres mi enemigo. Sucede, también, que quienes son autores de los ‘user generated content’ (UGC) no necesariamente tienen motivaciones trascendentes y sí, claramente, objetivos más concretos como ganarse la vida, influir o pasarla bien para masajear el ego.
Por todo ello, qué no daríamos muchos por contar con alguna manera de disminuir la desinformación que definitivamente se creará en ese tiempo electoral que ya está a la vuelta de la esquina. ¿No sería fantástico, acaso, usar la inteligencia artificial generativa (IAG) como el ChatGPT para discriminar entre mentiras y verdades? O, mejor aún, ¿usarla para escanear gráficamente, de manera rápida y accesible a esos más de 4.000 postulantes –extrapolando unos 30 partidos que terminarían inscribiéndose– al Parlamento y la presidencia, en los vericuetos de sus vidas profesionales y políticas?
Una iniciativa como esta para el 2026 debería evitar los cuestionamientos que en estos días han sembrado una suspicacia profunda en torno al tejido de asociaciones, instituciones y derivadas. Por ello, algo como lo propuesto debería cuidar las formas y el fondo: sería óptimo si se tratase de una iniciativa surgida desde el mundo privado, con mucho nivel técnico –o que convoque a gente técnica o especializada– y, lo más importante, que tenga un financiamiento lo más claro posible. En este extremo, una campaña de ‘fundraising’ estaría pintada.
Se vienen tiempos de candidatos y medios troles a los que sí podemos combatir con innovación y una buena convocatoria institucional. ¿Quién dice yo?