Maite  Vizcarra

Nadie puede negar que parte del sustrato de algunos discursos políticos modernos se asocia con el uso de la tecnología digital en tanto un catalizador de empoderamiento ciudadano. Al uso de lo digital en la arena política se le conoce como ‘hacktivismo’ y también como ‘ciber política’.

Y manifestaciones claras de esos nuevos discursos van desde la consabida estrategia digital de posicionamiento del carismático Barack Obama, las revueltas árabes contra dictaduras –Primavera árabe–, la hipervigilancia ciudadana y la irrupción de nuevas formas de participación política a través de las redes sociales.

Con todo, el surgimiento de estos nuevos discursos es parte de un fenómeno que se asocia a la naturaleza anárquica de la llamada Internet 2.0 –web 2.0–, que tuvo en espacios como Facebook, o Reddit, el escalamiento de estas nuevas maneras de participación social.

Tal vez convenga recordar que la primera versión de Internet que conocemos -web 1.0- fue creada originalmente para permitir el intercambio de artículos académicos entre expertos, mientras que la 2.0 tuvo como objetivo permitirle a la gente común compartir lo que ella quisiera.

En los albores de Twitter, allá por el lejano año 2008, el ‘blogger’ y académico Ethan Zuckerman enunció la “Teoría del gatito bonito” sobre el activismo digital. Zuckerman señalaba que la mayoría de la gente no está interesada en el activismo, sino que buscaba usar la web para propósitos mundanos, como buscar pornografía o ‘lolcats’ –gatitos bonitos–. Los usuarios suelen emplear ciertas herramientas en línea para estas actividades –claramente, las redes sociales–, por lo que estos servicios se hacen populares, llegando a escalas globales.

Zuckerman pensaba que la irrupción del activismo digital habría sido una derivada del mar de contenidos prosaicos que abundan en la web y que habría sido imposible sin la presencia de tanta gente sencilla interactuando hasta ser la masa crítica que permitió a líderes políticos y revolucionarios volverse anónimos al tiempo en que creaban impacto con sus discursos.

Los activistas digitales encontraron en estas plataformas su espacio, renunciando a crear sus propios sitios, dado que un eventual cierre o censura gubernamental de un servicio concurrido –Twitter– era casi imposible debido a la muy probable avalancha de quejas del usuario común.

En conclusión, una vez que un espacio digital se consolida como una herramienta de uso mundano, es mucho más propensa a ser empleada para el activismo en línea.

¿Qué pasa entonces cuando empezamos a discriminar contenidos en las redes sociales, digamos Twitter? Esta es la pregunta que nos estamos formulando ahora que el multimillonario acaba de adquirir esa red social.

Y aunque Musk se ha proclamado como un “libertario absolutista”, hay señales que ponen en peligro la naturaleza libérrima de Twitter y que tanto gusta a los hackers cívicos: volverse un servicio pagado.

Si, como se ha anunciado, en breve empezará el cobro por el uso del llamado “auto identificador azul” –una marca que hoy solo la adquieren usuarios de Twitter con mucha resonancia sin importar si lo que comparten es anodino o no– es probable que dejen de existir las ‘celebrities’ –la gente muy popular– en esa red, al menos de modo espontáneo. Y aun cuando Musk arguye que esta medida servirá para democratizar más a Twitter, lo que en verdad producirá es una discriminación de contenidos, la desaparición del anonimato y el fin de la libertad.

Los planes de Musk respecto al impacto que Twitter tiene en la política global aún no son muy claros. Sin embargo, medidas como la descrita pueden suponer el fin de una era y dar lugar a un nuevo Internet privatizado en donde los conflictos de intereses serán pan de cada día como afectación a la libertad de expresión global.

Toca estar atentos a esta historia porque nos involucra a todos, más allá de tener o no una cuenta con el pajarito azul.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia