“Es hora de comenzar a ampliar nuestro propio diccionario de palabras que se refieren a la decencia y a la honestidad”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Es hora de comenzar a ampliar nuestro propio diccionario de palabras que se refieren a la decencia y a la honestidad”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Moisés Naím

En los países en los que abunda la nieve también abundan las palabras para referirse a ella. Y lo mismo pasa con la corrupción. Allí donde hay mucha corrupción también hay muchas maneras de llamarla.

En el lenguaje sami, hablado en Noruega, Suecia y Finlandia, hay más de 300 palabras relacionadas con la nieve. En América Latina y en países como Italia, Grecia, Nigeria o India, hay centenares de palabras que se usan para hablar de corrupción. Coima, mordida, moches, ñeme-ñeme, guiso, mermelada o cohecho son algunos ejemplos de las palabras usadas para referirse a la corrupción en distintos países de habla hispana.

Pero tan interesantes como las palabras que sobran son las que nos faltan. En español, por ejemplo, no tenemos una palabra equivalente a ‘whistleblower’. En inglés, este término (literalmente: el o la que toca el pito de alarma) se refiere a una persona que denuncia una actividad ilegal o alerta sobre conductas no éticas.

Un famoso ‘whistleblower’, por ejemplo, fue Jeffrey Wigand. Este alto ejecutivo de una compañía estadounidense de cigarrillos decidió denunciar, en un muy visto programa de televisión, que la empresa en la que trabajaba adulteraba el tabaco con amoníaco para aumentar el efecto adictivo de la nicotina.

Naturalmente, su denuncia tuvo inmensas repercusiones que, entre otras cosas, forzaron al gobierno a aumentar los controles y la regulación de la industria tabacalera. Wigand también reveló que, a raíz de su denuncia, recibió múltiples amenazas.

Es por esto que, en varios países, ahora hay leyes que protegen a quienes se atreven a exponer conductas ilícitas, tanto en empresas privadas como en organismos gubernamentales. También hay premios y reconocimientos para quienes hacen públicas las fechorías de empresas y gobiernos. En Estados Unidos hasta existe el Centro Nacional de Whistleblowers, una ONG cuya misión es dar asistencia legal, protección y apoyo a quienes revelan actos de corrupción.

En español no existe esa palabra. Es muy revelador que las palabras equivalentes a ‘whistleblower’ en español, como soplón, delator, chivato, sapo o rata, sean despectivas. En ciertos países se celebra y se elogia a quienes ayudan a la sociedad a enterarse de fechorías públicas o privadas, mientras que en otros países se les desprecia y denuncia.

Otra palabra que no tenemos en español pero que es muy usada en inglés es ‘accountability’, que significa hacerse responsable de las consecuencias de las decisiones que uno toma.

Lo más parecido en español es “rendición de cuentas” que, más bien, se refiere a la información que funcionarios públicos u organizaciones gubernamentales están obligados a hacer pública, dando así cuenta de sus actuaciones. Pero no es lo mismo: en América Latina y España la rendición de cuentas es más un hecho burocrático y contable que un acto político o moral de aceptar la responsabilidad por lo que se ha hecho. Además, nos sobran situaciones y ejemplos donde los gobiernos no sienten mayor necesidad de “rendir cuentas” con honestidad a sus ciudadanos. La opacidad, la obstrucción, el disimulo o simplemente la mentira suelen ser la norma.

En principio, se espera que los regímenes políticos en los que líderes y funcionarios se hacen responsables de sus actos de una manera pública y transparente tienen una mejor gobernabilidad. Esta última es otra palabra que nos había faltado y que la Real Academia Española solo incluyó en su diccionario en los años 90. Según este diccionario, gobernabilidad es la “cualidad de gobernable” y la palabra gobernanza se refiere al “arte o manera de gobernar”.

Obviamente, la débil gobernabilidad y la mala gobernanza son plagas que azotan a muchos países. Con frecuencia, esto se debe al continuismo de quienes ostentan el poder. Según la Real Academia, continuismo es una “situación en la que el poder de un político, un régimen, un sistema, etc., se prolonga sin indicios de cambio o renovación”. La palabra continuismo suele usarse en el debate político iberoamericano para denunciar la propensión de los líderes a retener el poder aun después de terminado el período para el que fueron elegidos, alterando reglas y leyes y hasta cambiando la Constitución.

¿Cómo se dice “continuismo” en inglés? No se dice. En inglés no hay una palabra que le corresponda directamente. Muy revelador, ¿no?

Necesitamos más que nunca una cultura propia del ‘accountability’, donde honremos a los ‘whistleblowers’ cuyas denuncias contribuyen a mejorar nuestra ‘governance’ y a hacerle cortocircuito al continuismo. Lo grave es que esta discusión ni siquiera podemos tenerla sin usar múltiples (y horribles) anglicismos. Es hora de comenzar a ampliar nuestro propio diccionario de palabras que se refieren a la decencia y a la honestidad.

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