Las encuestas juegan un rol muy relevante en el sistema democrático al permitirnos conocer las percepciones, opiniones y sentimientos de la ciudadanía. En períodos electorales, la responsabilidad de las empresas de investigación aumenta al sumar a esa tarea la de presentar estimaciones de resultados mediante encuestas a boca de urna y conteo rápido. Cuando existe confianza en su trabajo, los candidatos derrotados felicitan al ganador sobre la base de estas encuestas sin esperar al cómputo oficial, como ocurre ahora en el Perú. No siempre fue así: hace 14 años una boca de urna salió mal y generó un gran desconcierto.
Como se recordará, en abril del 2000, en las elecciones para la re-reelección de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, su tenebroso asesor, había logrado controlar gran parte de los medios de comunicación y demoler sucesivamente las candidaturas de Alberto Andrade y Luis Castañeda. Las últimas encuestas mostraban una ventaja de cinco puntos para Fujimori (46%) sobre Alejandro Toledo (41%), en medio de una intensa polarización. El día de las elecciones, la boca de urna de Apoyo (ahora Ipsos) dio un virtual empate con Toledo (45%) ligeramente delante de Fujimori (44%). CPI obtuvo un resultado similar y Datum encontró una diferencia de seis puntos a favor de Toledo. En vista de que Toledo estaba adelante en las tres encuestas, quedó la impresión de que este había ganado. Como la boca de urna contradecía los resultados de todas las encuestas previas, incluido el simulacro del día anterior, invoqué enfáticamente a esperar el conteo rápido para despejar la duda, pero ya Toledo estaba celebrando.
Cuando en horas de la noche el conteo rápido de Apoyo, transmitido desde las instalaciones de El Comercio a través del recién creado Canal N, informó que Fujimori ganaba 48% a 41%, el resultado estaba a cuatro puntos de lo obtenido por cada uno en la boca de urna, en el límite del margen de error. Pero al invertirse el orden de los dos primeros, la sensación para la oposición –que se sintió ganadora a las cuatro de la tarde– fue de que se había consumado un fraude. Es verdad que no habían sido elecciones limpias, el fraude había sido mediático –la manera como Montesinos había manipulado gran parte de la televisión y la prensa chicha las hacía tremendamente desequilibradas–, pero el resultado de las actas electorales recogido por las encuestadoras y confirmado por los observadores de la ONG Transparencia, cercana a la oposición, no dejaba dudas sobre el triunfo de Fujimori.
Mucho se especuló entonces sobre si hubo fraude en las urnas. Si ocurrió fue a una escala muy reducida porque el escrutinio en mesa lo restringe considerablemente: se requeriría la complicidad de todos los miembros de mesa y los personeros presentes para cambiar los votos. También se acusó a las empresas encuestadoras de complicidad, una aseveración sin mayor lógica porque si hubiésemos querido favorecer a Fujimori no habríamos difundido una boca de urna con Toledo adelante. Lo que pasó, como después se pudo determinar, fue que en el enrarecido ambiente electoral del 2000 algunos votantes fujimoristas –avergonzados por apoyarlo a pesar de la corrupción del régimen– ocultaron su voto a los encuestadores en la boca de urna o simplemente evadieron ser encuestados. Lo contrario había ocurrido con algunos electores de la oposición: los más entusiastas se acercaban a los encuestadores para dejar manifiesto su voto a favor de Toledo. Estas actitudes contrapuestas sesgaron una muestra aplicada en el fragor de una elección. Y la boca de urna del 2000 resultó equivocada.
En estas últimas elecciones, como en todas, también hubo errores en alguna boca de urna. Por ejemplo, en San Martín de Porres, Ipsos dio ganador a Adolfo Mattos de Siempre Unidos con 39% sobre Freddy Ternero de Solidaridad Nacional con 27%. Luego, el resultado del conteo rápido resultó a la inversa: 36% Mattos y 38% Ternero. Finalmente, la ONPE determinó que ganó Mattos 37,1% a 36,8%. Como en el 2000, algunos vecinos del distrito de San Martín de Porres sospecharon de un fraude. La verdad es más simple: la boca de urna suele dar una buena aproximación al resultado de una elección, pero depende de la colaboración de los encuestados. El conteo rápido es una técnica más precisa, aunque como ocurrió en San Martín de Porres, no es infalible. Los escrutinios en mesa que procesa la ONPE son los resultados reales. Es casi imposible un fraude en el Perú el día de la votación. Las conductas impropias se dan mucho antes.