El 5 de noviembre se realizarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos, un evento que genera interés no solo por su impacto en la política del país, sino por las repercusiones que sus resultados podrían tener en la economía global y en nuestra región. Es importante entender la naturaleza y las limitaciones de las encuestas para poder tener una correcta lectura de las mismas.
Desde el 14 de junio hay aproximadamente 173 encuestas relacionadas con las elecciones en EE.UU. La mayoría son públicas, aunque no todas se difunden ampliamente. Muchas son encargadas por grupos políticos o realizadas por encuestadoras independientes sin el respaldo de medios o instituciones, lo que puede llevar a resultados que parecen inconsistentes o contradictorios.
Para quienes siguen de cerca estas elecciones, es esencial familiarizarse con los agregadores de encuestas en EE.UU. Los mejores sitios listan las encuestas individualmente, proporcionando detalles sobre la metodología y las fuentes de cada una, además de promediar los resultados. Algunas plataformas para consultar son Real Clear Politics, “The Economist”, FiveThirtyEight e incluso Wikipedia, que ofrecen resultados a nivel nacional y por estado, además de detalles sobre la metodología de cada encuesta.
Las elecciones en EE.UU. no se deciden por el voto popular nacional. El sistema del Colegio Electoral, compuesto por 538 electores, es el que determina al ganador. Para ganar, un candidato debe obtener al menos 270 votos electorales. Este sistema puede llevar a situaciones en las que un candidato gana el Colegio Electoral pero pierde el voto popular, como ocurrió en el 2016, en el 2000 y en tres ocasiones más. No basta con observar las encuestas nacionales; es importante analizar las encuestas en estados críticos como Pensilvania, Arizona, Carolina del Norte, Nevada, Georgia, Wisconsin y Michigan, que suelen ser los que deciden la elección.
Un elemento a tener en cuenta es la metodología. Aproximadamente el 64% de las encuestas en EE.UU. utiliza paneles web con filtro previo, el 25% emplea modos mixtos y solo un pequeño porcentaje (11%) se basa en métodos aleatorios o cuasialeatorios, como encuestas telefónicas o encuestas web con marcos probabilísticos. Los tamaños de muestra no permiten hacer una estimación por Colegio Electoral. Por ello, se realizan cada vez más encuestas por estado y los agregadores de encuestas las utilizan para hacer estimaciones sobre el Colegio Electoral, además de emplear tendencias históricas de votación e información demográfica para ajustar sus proyecciones.
Además de la complejidad técnica, hay que ser cauto en el análisis. Al observar la data se puede ver que casi todas las encuestas favorecían a Donald Trump antes del retiro de Joe Biden, y esta tendencia se intensificó después de los debates. Sin embargo, desde principios de agosto han mostrado un cambio drástico, con Kamala Harris emergiendo como la favorita. No obstante, es prudente recordar que, según la Asociación Americana para la Investigación de Opinión Pública (2021), en el 2020 las encuestas nacionales en EE.UU. estuvieron desviadas por un promedio de 4,5 puntos porcentuales, sobreestimando el apoyo a Biden y subestimando el de Trump. Este desvío ocurrió en dos elecciones consecutivas, lo que subraya la necesidad de cautela al interpretar las encuestas.
Es común que los partidos políticos experimenten un ‘rebote’ en las encuestas después de sus convenciones, un efecto transitorio que puede durar semanas. En este ciclo, los republicanos no experimentaron un ‘rebote’ significativo, debido a las circunstancias atípicas de la campaña, incluyendo el retiro de Biden. Por esta razón, es recomendable esperar hasta después del próximo debate antes de hacer proyecciones.
Una lectura libre de apasionamientos implica revisar múltiples fuentes de información, considerar el contexto político y saber que las encuestas no son proyecciones del complejo sistema político de EE.UU.