Ocurrió años atrás, durante una de esas tediosas sustentaciones por pliegos que se realizan en la sede del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) a fin de remitir el proyecto anual de ley del presupuesto del sector público para su posterior debate y aprobación en el Congreso de la República.
Sin que nadie se percatase, ¿o sí?, el micrófono de una de las salas principales conocida como La Bolichera quedó encendido luego de la última sesión y la máxima autoridad que dirigía las reuniones preguntó a uno de sus asesores acerca de cuál era el siguiente sector de la administración pública por exponer. “Cultura”, informó susurrante el asistente. “Uf, Cultura. Si yo pudiera, cerraría todo eso y lo destinaría a cosas más productivas”, comentó, palabras más, palabras menos, con desgano y carente de empacho.
Como imaginarán, siendo una de las personas que aguardaban turno para hacer mi presentación por estar al frente entonces de una de las instituciones públicas vinculadas a dicho sector, me quedé lívido, desesperanzado, asaltándome la duda de si aquello había sido dicho a propósito para que lo oyéramos todos los que estábamos en la sala y aplacáramos nuestras expectativas.
Si bien los protagonistas de esa conversación no trabajan más en el MEF, me inclino a pensar que aquel diálogo, con supuesta pretensión sigilosa, no fue un accidente aislado, sino la exteriorización de un pensamiento sincero y descarnado que prima entre algunos altos funcionarios a la hora de tomar decisiones que involucran a la promoción y preservación de la cultura en nuestro país.
Esto explicaría que, a pesar de los extraordinarios índices macroeconómicos de los que nos jactamos durante décadas recientes, este sector sea tan menospreciado en forma, por demás, pertinaz.
Las interrogantes y evidencias saltan a la vista, solo para hablar del pasado reciente. ¿Cómo debería entenderse que dentro del paquete de reactivación económica anunciado con gran pompa y circunstancia y que abarca al menos al 17% del PBI no se haya considerado al sector Cultura? ¿Por qué tampoco se emitió ningún decreto legislativo al respecto haciendo uso de las facultades otorgadas al Ejecutivo?
¿A qué debemos atribuir el silencio ensordecedor y la actitud pasmosa para adoptar medidas inmediatas que contribuyan a paliar los efectos de la pandemia que castiga con especial virulencia a los 55 pueblos originarios, cuyos trabajos y rostros exhibimos cual trofeos de guerra en ferias internacionales?
¿De qué manera interpretar la demora en otorgar ayudas a miles de actores, músicos, cantantes, folcloristas, artesanos, escritores, cineastas, productores, directores, gestores culturales, entre otros, que luchan en estos momentos por sobrevivir y no caer en la mendicidad al no poder trabajar debido a la actual crisis sanitaria?
¿Cómo leer la lentitud en la transferencia de los recursos necesarios que permitan implementar la tímida Ley del Libro y la ejecución de medidas urgentes para salvar de la quiebra a numerosas librerías y editoriales, especialmente a las independientes?
¿Por qué no impulsar medidas más enérgicas para preservar nuestro patrimonio arqueológico, para evitar que se prosiga saqueando e invadiéndolo, o para promover el cine nacional?
¿Qué acciones concretas se han tomado y qué sanciones se están aplicando para que casos como la contratación reiterada durante casi tres años de un cantante con dudosa calidad vocal y cuyo único pergamino es un título de Honores y Causas (sic) no se repitan?
La cultura no puede ni debe ser entendida como un mero número, una estadística, una empresa que debe dar ganancias para mantenerla con vida, apenas porque resulta rentable en términos económicos. Y no me refiero a las evaluaciones economicistas de que es responsable de generar entre el 2% y el 3% del PBI. La cultura es más importante, mucho más.
Basta un ejemplo: ¿cómo habría soportado la mayoría de los peruanos la actual cuarentena sin la música, la literatura, las películas, la televisión o el teatro? El verdadero bienestar y desarrollo de una sociedad, así como el de quienes la conforman, no se debe medir por cuánto dinero llevas en el bolsillo.
Bajo esta perspectiva, son enormes los desafíos que le aguardan al nuevo ministro de Cultura, Alejandro Neyra, quien –estoy seguro– posee buenas intenciones y ha comenzado a exhibir ciertos gestos positivos ni bien asumió la cartera, a modo de contrarrestar la inercia en la que ha caído este portafolio. Sin embargo, aún es demasiado temprano como para tener una evaluación cabal de su segundo período al frente de esa cartera ministerial.
No obstante, es necesario advertir que, a luz de los hechos pasados, poco podrá hacer a menos que consiga el respaldo político necesario para enfrentar con la debida firmeza ese aparato estatal acostumbrado a ver por encima del hombro al sector Cultura, tratándolo como al mendigo al que se le deben otorgar sobras de la comida o mendrugos, apenas para mantenerlo con vida y no dejarlo morir por inanición.