Jaime Bayly

El magnate inmobiliario Donaldo y la actriz de videos pornográficos Estefanía se conocen en un torneo de golf. Donaldo, quien dobla en edad a Estefanía, está solo, pues su esposa Melania, embarazada, se ha quedado en la casa de verano de la pareja, en la otra costa.

Donaldo invita a Estefanía a su suite. Con apenas veintiséis años, acostumbrada a follar con hombres a los que acaba de conocer, Estefanía condesciende a una relación sexual con Donaldo. No queda impresionada. Le parece un amante discreto, pobremente dotado. Se despiden. No volverán a verse en casi veinte años. No saben, no sospechan, no imaginan que ese coito ordinario y vulgar les cambiará la vida.

Estefanía prosigue su carrera como actriz porno. Donaldo gana millones como estrella de un programa semanal de televisión que lo hace famoso en todo el país. Ella no intenta volver a verlo, él tampoco la busca. Al parecer, se han olvidado mutuamente.

Diez años después del encuentro sexual a hurtadillas con ese hombre de pelo casi anaranjado, Estefanía ve en la televisión que Donaldo ha entrado en política, capturando la candidatura presidencial de un partido conservador. De pronto recuerda el revolcón erótico que tuvo con él. Inmediatamente piensa que, así como gana dinero acostándose con amantes profesionales de la industria pornográfica, también podría obtener un provecho económico vendiendo la historia de sus amoríos secretos con el magnate que quiere ser presidente. A cambio de dinero, Estefanía ofrece contar su historia íntima con Donaldo a una revista sensacionalista, sin saber que el dueño de ese tabloide es amigo de Donaldo. Fiel a su amigo, el dueño del pasquín llama a Donaldo y le dice que Estefanía es una amenaza para su candidatura, porque quiere vender la primicia de que fue amante de Donaldo cuando él ya estaba casado con Melania, quien entonces se encontraba embarazada.

Temeroso de que la historia aparezca en los periódicos y dañe su candidatura presidencial, Donaldo le pide su abogado Miguel que le pague un dinero a Estefanía, a cambio de que ella permanezca en silencio. Miguel cumple las órdenes de su jefe y transfiere el dinero a Estefanía, comprando el silencio de la actriz. Días después, Donaldo gana las elecciones presidenciales. Contenta porque hizo un negocio provechoso con la amenaza de sus indiscreciones amatorias, Estefanía le cuenta a medio mundo, en fiestas y rodajes, en viajes y saraos, que se acostó con el presidente electo y que, como amante, le resultó un fiasco, pues su dotación es minúscula y su destreza en la cama, nula. A pesar de que había cobrado por permanecer en silencio, se jacta de conocer íntimamente al presidente y alardea de ello con impudicia. No cumple el pacto, o no del todo. Esparce tanto el chisme que llega a la sala de redacción de un periódico serio, de negocios: el presidente se acostó con una actriz porno y le pagó para que ella no lo filtrase a la prensa.

Mientras tanto, Miguel está decepcionado de su jefe, el ahora presidente Donaldo, porque no le ha ofrecido ningún cargo en el gobierno, ni siquiera una embajada, y le ha reembolsado el dinero que usó de sus propios ahorros para pagarle a Estefanía, pero sin premiarlo con un bono, recompensa pecuniaria que le había prometido. Peor todavía, el periódico de negocios investiga el espinoso asunto de los amores furtivos entre Donaldo y Estefanía y el pago que ella recibió para no contarlo todo. Tan pronto como el reportaje es publicado, el presidente Donaldo le exige a su abogado Miguel que mienta: Miguel debe decir que Donaldo no conoce a Estefanía, que Estefanía es una mitómana que se ha inventado una copulación con Donaldo para ganar dinero, y que él, Miguel, le pagó a Estefanía con su propio dinero, sin que Donaldo supiera nada, en un acto de lealtad y afecto a su jefe, tratando de protegerlo y actuando a espaldas de él. Humillándose a sí mismo para salvar a su jefe que es ahora el presidente de la nación, Miguel dice todas las mentiras que Donaldo le ha exigido recitar.

Sin embargo, o precisamente por eso, Miguel termina encerrado en la cárcel. La justicia concluye que, al pagarle a la actriz porno para que ella no divulgara una información que podía afectar la candidatura presidencial de Donaldo unos días antes de las elecciones, Miguel debió reportar ese pago como un gasto de campaña, pues el pago se hizo para favorecer la campaña de Donaldo, o para no perjudicarla. Recluido en prisión, Miguel descubre que el presidente Donaldo le ha dado la espalda, lo ha abandonado a su suerte aciaga: no sólo no le dio un cargo en el gobierno, ni le pagó el bono prometido, sino que tampoco le concede un indulto o perdón presidencial para liberarlo, ni lo visita en la cárcel, ni ayuda con dineros a su familia. Harto de desintegrarse moralmente e incendiar su reputación para salvar a su jefe, Miguel decide contar toda la verdad a la justicia. En ese momento, Donaldo se convierte en su peor enemigo y dice a la prensa que Miguel es una rata. Desde entonces, Miguel hace todo cuanto puede para que la justicia castigue a Donaldo.

Acusado de acostarse con la actriz porno y sobornarla para encubrir la verdad, el presidente Donaldo lo niega todo, afirma que no la conoce, que ella es una mentirosa serial y que jamás se acostaría con una mujer tan fea, con esa cara de caballo. Herida en su orgullo, Estefanía publica un libro, contándolo todo, revelando que el colgajo de Donaldo le pareció minúsculo (pero es verdad que ella seguramente lo comparaba con las anacondas de sus parejas en la industria porno) y, de paso, ganando más dinero con el libro que con el pago a escondidas que recibió de Miguel, un soborno que compró un silencio dudoso, de corta vida.

Años después de terminar su mandato presidencial, Donaldo se ve obligado a reunirse, muy a su pesar, con Estefanía y con Miguel, ambos convertidos en sus feroces enemigos, y a escucharlos hablar durante horas, cada uno contando la verdad, o su verdad, o los pedazos de verdad que creía recordar. La justicia, que había sido implacable con Miguel, encerrándolo en un calabozo, ahora acusa a Donaldo de una felonía, o muchas felonías. Dicha deslealtad o traición consiste en que Donaldo, años atrás, siendo candidato presidencial, le pagó un dinero a Estefanía para que ella no compartiese con la prensa una información más o menos relevante sobre el carácter moral del entonces candidato, una información que, según los fiscales, los votantes merecían conocer antes de los comicios. Por consiguiente, la felonía no consiste en pagarle un dinero a la mujer, sino en no reportarlo como gasto de la campaña presidencial, pues el pago se hizo para favorecer la candidatura de Donaldo, o para no perjudicarla.

Mientras cierra los ojos, echa la cabeza atrás y finge dormir, Donaldo, sentado frente al juez, y procurando no hacer contacto visual con ninguno de los doce miembros del jurado, sufre no poco al escuchar que Estefanía testifica, bajo juramento, que él es un amante paupérrimo y pobremente enarbolado, y que Miguel se redime de los oprobios de su pasado, hablando pestes e incendios de él. Insultada por Donaldo, quien la ha llamado cara de caballo, Estefanía quiere ahora ridiculizarlo. Miguel, en cambio, desea ver preso a Donaldo, y por eso sorprende a la corte con una grabación secreta que le hizo a su entonces jefe, ambos conversando sobre el pago soterrado a Estefanía.

Casi veinte años después de que Donaldo y Estefanía se enredaran en un breve e irrelevante intercambio de fluidos y secreciones, una fornicación desprovista de amor, los doce miembros del jurado, todos ellos, le creen a Estefanía y no a Donaldo, pues ella afirma que fueron amantes y que él le pagó por interpósita persona para permanecer en silencio (una virtud, la de saber guardar un secreto, que ella no parece cultivar), y Donaldo, en cambio, proclama su inocencia, asegurando que jamás tuvo sexo con Estefanía y que todo es una patraña urdida por ella para ganar dinero. Asimismo, los doce miembros del jurado, todos ellos, le creen a Miguel y no a Donaldo, pues Miguel sostiene que le pagó a Estefanía cumpliendo órdenes de Donaldo, en tanto que el expresidente afirma que nunca estuvo al corriente de ese pago y que Miguel actuó en solitario, sin consultarle ni informarle.

Así las cosas, todos los miembros del jurado condenan a Donaldo por felón. Debió de ser un día especialmente feliz para Estefanía y Miguel, y uno miserable para Donaldo. Al escuchar tantas veces la palabra culpable, Donaldo seguramente pensó que el desgraciado coito con Estefanía fue el más culposo de toda su vida.


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Jaime Bayly es Periodista y Escritor