Este tema lo he abordado hace ya algunos meses. Sin embargo, lo trataré otra vez porque ha surgido un nuevo elemento: el ébola, epidemia que ha matado a casi nueve mil personas en diversos países africanos, como Sierra Leona, Guinea y Liberia. Por otro lado, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en este continente el número de personas infectadas podría ascender a 20.000 en noviembre y presentarse 10.000 nuevos casos cada semana en diciembre.
Para conocer el origen del nombre ébola, recomiendo leer un artículo del divulgador científico Tomás Unger, aparecido en estas páginas. El ébola ha llegado a Estados Unidos, España, Alemania y existe la amenaza que ingrese a América Latina.
El gran temor de esta región es que el germen pueda penetrarlos (cuestión que felizmente hasta el momento no parece haber sucedido, lo cual es un alivio), pues no todos los países cuentan con la suficiente infraestructura sanitaria.
Sin embargo, se ha producido un caso inquietante. Hace unos días llegó a nuestro país un ciudadano procedente de Guinea Conakry, tripulante de un barco chino, quien presentaba síntomas sospechosos como dolor de cabeza, fiebre mayor a 38 grados, debilidad muscular y malestares estomacales, quien ha sido hospitalizado y ha generado gran preocupación entre nuestras autoridades sanitarias. Aunque luego la presencia del ébola fuese descartada.
Dada la posible gravedad de la situación, se han comenzado a tomar medidas sanitarias de seguridad, como implementar un estricto control migratorio y se están adquiriendo de emergencia ambientes de aislamiento y trajes adecuados para la manipulación de los enfermos.
Hasta ahora no se ha encontrado una vacuna contra el ébola, como se ha buscado siempre con todas las epidemias que han asolado a la humanidad. Se está investigando para encontrarla en los países más desarrollados de Europa y también en Estados Unidos, pero no siempre se puede conseguir en el corto plazo. También se está trabajando para diseñar nuevos trajes protectores para evitar el contagio, con telas especiales y mascarillas que permitan una respiración normal. Todos estos elementos antes de ser usados deberán contar con la aprobación de la OMS.
La humanidad desde las épocas más antiguas ha padecido diversas plagas o epidemias. Una de las más atroces fue la bubónica, llamada la peste negra, que ocurrió en la Edad Media europea y fue tan devastadora que mató a más de dos tercios de la población de la época, quienes desconocían cómo ocurría el contagio. Hoy se sabe que el elemento transmisor eran las pulgas de las ratas. Como ha sucedido siempre, hubo personas que no se contagiaron.
Otra gran epidemia fue la gripe aviar y la llamada gripe española, que estalló en 1918 y mató a millones de personas, antes de que se encontrara la vacuna contra ella. También afectó al Perú.
Luego vino la peste amarilla, con la que murieron muchísimos. Esta fue seguida por el cólera. Después ocurrió la gripe porcina, de la que se creía que el germen era transmitido por los cerdos y, por ello, se mataron a miles de ellos.
En Lima y otras partes del Perú tuvimos numerosos casos de personas infectadas por una cepa de gripe porcina llamada AH1N1, contra la cual felizmente rápidamente se encontró una vacuna.
Si recorremos la historia desde el hombre primitivo, como el Neandertal y Cro-Magnon, el hombre ha sido aquejado por innumerables epidemias y es increíble que haya subsistido a ellas, cuando no había remedios ni vacunas. Pero hay algo en el ser humano, las defensas naturales, que le ha permitido vivir hasta la fecha.
En los últimos años el progreso de la ciencia ha sido tan grande que, seguramente, nos demoraremos relativamente poco en encontrar la vacuna contra el ébola, pero, como ha sucedido con todas las demás epidemias que ha sufrido la humanidad, se encontrará y una vez más la vida resultará triunfante.