Jaime de Althaus

Es muy preocupante que, según una encuesta de Ipsos publicada por “Perú 21″, solo el 43% considere que intentó hacer un golpe de Estado y por eso fue destituido, y un 51% crea que “fue más bien víctima de un golpe de Estado del Congreso que lo destituyó para poner en el poder a Dina Boluarte”.

Significa que el país está profundamente partido. Es el triunfo del mito sobre los hechos. Refleja el éxito de esa campaña sostenida de Castillo, Aníbal Torres y otros en el sentido de que los grandes poderes y la derecha en el Congreso querían derrocar a Castillo simplemente por su origen rural y andino, como un reflejo racista. Para muchos, la destitución de Castillo fue la confirmación de esos anuncios.

Sin embargo, la contundencia del mensaje de Castillo no deja lugar a dudas: anunció el cierre del Congreso y la intervención de todas las instituciones. Una dictadura a todo dar. No interpretar eso como un golpe indica, en parte, un desconocimiento de qué es una democracia y cómo funciona –lo que ya es grave–, pero refleja algo más profundo, y es la ausencia de un fondo común de valores y creencias que integre a la sociedad peruana.

El problema es que esta escisión ha sido agudamente profundizada por el mundo de la comunicación digital, de las , y por las radios de provincias que recibieron financiamiento del gobierno de Castillo. Las redes crean que definen su identidad con mitos de rechazo a otras tribus y con teorías de la conspiración en las que siempre hay un enemigo al que hay que eliminar.

Byung-Chul Han explica este fenómeno en su libro “Infocracia”. La argumentación racional basada en evidencias, fundamental en una democracia, ya no existe. Ya en la era de la televisión tendió a ser sustituida por el espectáculo, por el show para el público. En la actualidad, en la , las campañas electorales degeneran en una guerra de la información con ‘fake news’ y teorías de la conspiración, donde la verdad y la veracidad no importan. Los argumentos y los razonamientos no tienen cabida en los tuits o en los memes.

El autor explica que lo que está destruyendo el espacio público es la personalización algorítmica de la red: el filtro burbuja, donde solo me llega la información que me gusta, que refuerza mis creencias, lo que lleva a la desintegración de la esfera pública. Esta atomización nos hace incapaces de escuchar. La digitalización y la creación de redes están acelerando la desintegración de ese fondo de valores y tradiciones compartidas, que facilita la comunicación. Los relatos se “desfactifican”. No son reales, pero dan identidad, pertenencia, una interpretación que orienta. “Las tribus digitales hacen posible una fuerte experiencia de identidad y pertenencia”. El golpe contra Castillo no es verdad, es una posverdad, pero funciona muy eficientemente como mito generador de identidad porque simboliza la exclusión de todo un sector de la población por otro. Y se asienta en la ideología de clases, muy impregnada desde la educación pública desde hace décadas, una ideología que impide construir una nación.

Ante ello, el Gobierno debió lanzar una campaña comunicacional explicando qué es un golpe de Estado y por qué lo que hizo Castillo lo era. No es tarde para hacerlo, aunque la reciente confrontación social sin duda ha reforzado las identidades. Y el problema es que la tribalización de la red hace imposible el diálogo, el discurso democrático. Vamos a necesitar un gran esfuerzo de reconstrucción de significados compartidos, a través de la educación, de la generación de foros, de un mejor sistema de representación política y de una reforma profunda de la formalidad y de la gestión pública que permita integrar a los peruanos.

Jaime de Althaus es analista político