“Escribir es una forma de terapia”, señaló alguna vez Graham Greene, agregando que le era difícil comprender cómo los no adscritos a la tribu artística escapaban de la locura, la melancolía y el “pánico inherente a la condición humana”. Greene, quien en “The quiet American” pronosticó el futuro de la guerra de Vietnam, puede ser considerado uno de los últimos románticos, además de un nómada convicto y confeso. El hijo católico de un imperio en decadencia con el talento suficiente para contar “historias duras sin adjetivos y aparentemente ligeras” sobre “los misteriosos laberintos de la condición humana”.
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