En este suelo, florido en traiciones políticas y golpes de Estado, no todos los intentos de asaltar o copar el poder fueron exitosos. Para muestra tenemos la intentona (como habitualmente se llama a los golpes fracasados) del expresidente del lápiz y el sombrero. Ochenta y tres años antes del efímero autogolpe de Pedro Castillo, hubo un intento similar en su brevedad y desenlace, aunque más cruento. Ocurrió en 1939, cuando estaba por cumplirse el sexto año de gobierno del general Óscar Benavides. El golpe fue dirigido por otro general del ejército, Antonio Rodríguez Ramírez, quien era ministro de gobierno y policía desde hacía cuatro años y segundo vicepresidente; es decir, un hombre de confianza de Benavides. Contó con el respaldo de varios jefes de las diferentes armas, de un ala del Partido Unión Revolucionaria (UR), fundado por el presidente Sánchez Cerro, y, según varias versiones, también del partido aprista, que había sido perseguido ferozmente por Benavides (y por el propio Rodríguez), y de otros actores de la política peruana, entre los que la “Historia de la República”, de Enrique Chirinos Soto, incluyó al diario El Comercio.
Las motivaciones del general golpista son un misterio. Como jefe de la Casa Militar del presidente Sánchez Cerro, estuvo a su lado con ocasión del atentado que este sufrió en la iglesia de Miraflores. Resultó herido en una pierna, quedando con una notoria cojera. Su afición al espiritismo lo llevó a conocer a un “médium” llamado Manuel Cenzano, un empresario huancavelicano que pertenecía al partido de la estrella. Este lo puso en contacto con el líder Haya de la Torre, quien lo habría persuadido de la idea del golpe; al que, además, las palabras desde la ultratumba de Sánchez Cerro, transmitidas por el médium, lo invitaban vivamente. Haya de la Torre le habría prometido el apoyo del pueblo aprista a cambio de librar a su partido de la persecución y el ostracismo al que lo había condenado el gobierno de Benavides.
La ocasión escogida para el ‘putsch’ fue el carnaval de 1939, fiesta en la que Benavides acostumbraba a subirse a un barco de la armada y dirigirse al sur por varios días. El sábado 18 de febrero, después de despedir al presidente en el Callao y meter a dos docenas de guardias civiles en la embarcación con la misión secreta de capturar al presidente y a los ministros que lo acompañaban, Rodríguez se reunió en la medianoche con el Estado Mayor del golpe en el local del Servicio Geográfico Militar, donde armaron el primer gabinete. A las cuatro de la mañana llegaron al nuevo Palacio de Gobierno, recién inaugurado el año anterior, del que se posicionaron y enviaron manifiestos a las radios y periódicos. Ninguno de estos cumplió con publicarlo; quizás por lo avanzado de la hora.
Entre los altos oficiales militares había confusión y muchos optaban por la lealtad al gobierno. Dos oficiales de la Guardia Civil destacados en Palacio, el capitán Alejandro Ísmodes Romero y el mayor Luis Rizo Patrón Lembcke, que inicialmente habían sido reducidos por los soldados de Rodríguez, lograron escapar y planearon un contragolpe para cuando clareara el día. Al terminar la ceremonia de izamiento de la bandera en el patio frontal, Ísmodes accionaría sus ametralladoras desde el techo del Palacio, momento en el que Rizo Patrón irrumpiría en el patio con sus hombres para capturar a los golpistas. Así sucedió y minutos después de las ocho de la mañana, el mayor Rizo Patrón estaba apuntando al pecho del general Rodríguez, intimándole su rendición. En una de esas decisiones que pueden cambiar la historia de los pueblos, el general no acató la orden, sino que trató de disuadir al oficial de la Guardia Civil, llamándolo a la obediencia porque, como ministro de gobierno y policía, se trataba de su subordinado. Pero el mayor insistía, en un momento de enorme tensión. Cuando escuchó la palabra “traidor”, disparó su mosquetón, acabando con la vida del general en el acto. Ante semejante desenlace, los acompañantes de este optaron por la rendición o la fuga. Aparte de Rodríguez, esa mañana hubo otras dos víctimas mortales y seis hombres heridos en el patio de Palacio.
Enterado por radio de la situación, Benavides hizo que el barco atracase en Pisco (sospechando que algo extraño pasaba, el ministro de Marina, Roque Saldías, mantuvo encerrados bajo cubierta a los guardias civiles que hizo embarcar Rodríguez), desde donde se dirigió en automóvil por la flamante carretera Panamericana hacia Lima. Cuando llegó, todo había terminado. Rizo Patrón fue ascendido y condecorado, mientras que los oficiales golpistas fueron juzgados por un tribunal militar y purgaron condenas de entre dos y doce años.
Es un misterio qué pasó con el Apra y los integrantes de la UR. ¿Por qué no salieron a la Plaza de Armas a respaldar a Rodríguez? ¿Quisieron esperar, prudentemente, a ver qué pasaba? En cualquier caso, Benavides evaluó la intentona como una señal de desgaste. Dispuso un plebiscito para reformar en un sentido presidencialista la Constitución y convocó a elecciones presidenciales, para las que apostó por el industrial y banquero Manuel Prado.