Elon Musk nunca puede pasar desapercibido. No solo por su extensa fortuna y su visión absolutamente futurista de la tecnología, sino también porque disfruta de su notoriedad, especialmente desde que ha empezado a participar activamente en política, vía sus mensajes en X, la red social que compró hace más de dos años.
No pasaba desapercibido antes y menos lo hará ahora que acaba de convertirse en el consejero ad honórem más influyente del candidato Donald Trump cuando falta menos de un mes para las elecciones presidenciales en Estados Unidos.
¿Qué significa que un visionario tecnológico tan audaz influya decisivamente en uno de los dos potenciales presidentes de Estados Unidos en una fecha tan cercana? ¿Qué puede significar esto para el resto del mundo?
Basándonos en sus propios dichos y acciones en su red social, es claro que Elon Musk pasó de ideas más adyacentes al progresismo a ideas más libertarias, llegando a colocarlas incluso en una suerte de visión tecnoanarquista, siendo sobre todo su idea acerca del rol del Estado lo que podría resultar más atractivo para la campaña de Donald Trump, por los modos efectistas de traducir esa redefinición de la eterna polémica Estado versus privados.
Así las cosas, en una eventual administración republicana, Elon Musk podría convertirse en el zar digital del gobierno, con foco en el ahorro y la eficiencia, según ha dicho el propio Donald Trump. ¿Qué puede suponer eso?
El pensamiento Musk plantea la necesaria redefinición del Estado como construcción política y jurídica frente a nuevos agentes híbridos, que a la vez son empresas privadas, actores geopolíticos y, a veces, espacios públicos.
Esa definición es la que corresponde a su propia plataforma X o a Meta, espacios, agentes y empresas que cuestionan directamente la idea de soberanía, por ejemplo. Al respecto, recordemos la reciente disputa entre el Gobierno de Brasil y Elon Musk a propósito del apagón que la justicia de ese país propinó a la plataforma, afectando claramente la libertad de expresión de millones de brasileños. ¿Qué valía más en esa disputa, el poder de la justicia brasileña para imponerse ante una plataforma privada o la tremenda afectación que ese mismo gobierno estaba provocando a la libertad de millones de ciudadanos y usuarios de X?
Lo que está en juego es, evidentemente, la preservación de las prerrogativas del Estado en términos de poder y, por lo tanto, de soberanía, sobre todo cuando esta última depende, en parte, del poder tecnológico de actores privados que se han vuelto prácticamente ineludibles o que sueñan con ser el gendarme –arbitrario– del mundo.
Estos ajustes estarán en el centro de la estabilización del sistema político estadounidense ya mismo –y, por rebote, en todo el mundo, incluido el Perú–, porque implican una actualización de la arquitectura del Estado moderno tal y como lo conocemos, a fortiori si se trata de un Estado de derecho democrático.
Comprender el alcance político, ideológico y geoestratégico del proyecto de Elon Musk, que ahora está en la oreja de Donald Trump, también permite confirmar estas nuevas formas de poder –no formal– y, a su vez, comprender mejor la fragilidad actual de los modelos institucionales que nos gobiernan, incluyendo la mismísima democracia representativa.