Antonella Chichizola Cisneros

Quisiera no tener que explicar esto, pero no hacerlo me parece ahora inadmisible. Hay algo que algunas personas –principalmente hombres– le hacen a otras –principalmente mujeres– que aún no ha sido propiamente nombrado y que constituye una vulneración a la libertad de autodeterminación de la víctima.

Para decirlo en simple: hay personas que destruyen la independencia psíquica, de conciencia y hasta de voluntad de otras. Y esta otra normalmente es alguien a quien ¿quieren? o con quien, al menos, mantienen una relación estrecha.

¿Cuál es su objetivo? Supongo que dependerá de cada caso en particular, pero las formas que utilizan para lograrlo son tan sutiles como cínicas. Para no dar más vueltas y que se entienda que hablamos de algo concreto, lo llamaremos “secuestro psicológico”.

Este abunda en relaciones de pareja, pero puede tener también una forma más institucionalizada; por ejemplo, a través de sectas o movimientos (religiosos o de otro tipo).

“¿Y en qué otras situaciones puede darse?”, me pregunta una amiga con la que converso al respecto. Directamente, conozco solo experiencias de “secuestro psicológico” en estos dos contextos, pero presumo que cualquier relación de poder (desigual) se presta para incubar este tipo de abuso.

El tipo de “secuestrador psicológico” del que hablamos es un depredador inusual. Antes de atrapar a su víctima tratará de conquistarla. Siempre debe ser ella la que venga hacia él, “voluntariamente”. La víctima no debe enterarse de que está siendo secuestrada; al menos no hasta que ya no tenga escapatoria.

Al parecer, existen ciertos rasgos de personalidad que pueden influir en que una persona sea más propensa a ser perpetradora o víctima de este tipo de abuso. El patrón sobre el que más se conversa en las redes (Reddit, YouTube, Quora) es el de un narcisista y una persona de personalidad altamente sensible (PAS). Y tiene mucho sentido.

Al tener percepciones y sensaciones más agudas, las personas PAS y otras neurodiversidades que suelen tener una mayor sensibilidad (personas con Trastorno Límite de la Personalidad, por ejemplo) tienden a empatizar de una forma más profunda cuando lo hacen. Y es esta, su empatía, la que las pondrá precisamente en peligro de “secuestro” más adelante.

La relación con el secuestrador comienza llena de amor, dopamina y cuidado. En inglés esta etapa se conoce como ‘love bombing’ o ‘bombardeo de amor’. Es solo cuando estás totalmente entregada a la causa, por decirlo de alguna manera, que comienza a tratar de modificarte. ¿Cómo? Quitándote lo que más quieres en el momento en que más lo necesitas. Su apoyo, comprensión y afecto cuando estás vulnerable.

“Si no haces esto, no podemos estar juntos”, es una clásica movida de los secuestradores psicológicos. Lo curioso es que, si haces lo que piden, no solucionas nada a largo plazo y, lo que es peor, comienzas a agravar el problema.

Será solo la primera de muchas concesiones que harás para tratar de mantener ese vínculo en el que –según han sido narrados los hechos (por él)– tú has fallado. Y al ser tú quien finalmente hace las concesiones –probablemente cediendo para simplemente no pelear más–, validas su narrativa de los hechos, su narrativa sobre tu propio actuar y, lo que es peor, su narrativa sobre tu identidad.

Una de las técnicas que utilizan para lograrlo es la ahora famosa ‘luz de gas’ o ‘gaslighting’; un tipo de manipulación psicológica que lleva a la víctima a dudar de su propia percepción de la realidad, de sus juicios, de su capacidad para formarse opiniones objetivas de los hechos y de decidir. En algún punto, la víctima comienza a reemplazar su confianza en sí misma por la confianza en su opresor. Hasta que, eventualmente, es casi imposible para esta distinguir su propio punto de vista del de aquel. En casos persistentes, la salud mental de la afectada puede verse seriamente comprometida.

Y quiero llamarlo “secuestro” porque es sumamente complicado salir de ahí una vez que te das cuenta de lo que sucede; la realidad –que debido a la ‘luz de gas’ percibes, ahora sí, de manera distorsionada– se forja a partir del vínculo con el narcisista y es complejo distinguir qué cosas son reales y qué cosas han sido narradas por este como si fueran la verdad objetiva. Y, claro, hay mucha manipulación emocional de por medio. Además, escojo “secuestro” porque la palabra ‘gaslighting’ se ha trivializado al punto de ocultar aquello que inicialmente trataba de develar.

Es por eso que las víctimas de secuestro psicológico nos sentimos cómplices de nuestros abusadores. Percibimos que hemos contribuido con nuestra propia destrucción, a romper lazos con nuestros círculos cercanos y a darle poder a nuestro abusador.

No hay mucha literatura en español sobre el secuestro psicológico, pero la traducción literal al inglés “” es una entrada en el Diccionario de la American Psychological Association (APA) y, traducido, dice así: “privar a una persona del libre funcionamiento de su personalidad. El término es usado a veces para describir el control mental psicológico que se atribuye a los cultos”.

De hecho, en el Perú, alegando, entre otras cosas, “secuestro”. Según la acusación, los ahora exsodálites, víctimas del alegado secuestro, fueron captados cuando eran menores y no podían liberarse por una dependencia psicológica ejercida contra ellos. Sin embargo –y debido en parte a la falta de un concepto claro en nuestra normativa y en nuestra sociedad en general para entender la profundidad de este tipo de abuso–, la acusación no prosperó.

Es urgente que hablemos más sobre el secuestro psicológico, que entendamos sus orígenes y las formas de prevenirlo. Hablo de esto porque es una forma de violencia que pasa desapercibida –o es normalizada– justamente porque no hablamos lo suficiente de ella. Sucede, como sucedía con el “acoso sexual” cuando aún no tenía nombre, en absoluta soledad.

Y el hecho de que los conceptos para describir esta experiencia aún no sean tan claros, hace que hablarlo parezca una tarea inútil. “Si nadie me va a comprender, mejor me callo”. Pero los casos más severos pueden desencadenar una depresión clínica grave, con ideaciones suicidas; por lo que es importante echar luz sobre esta situación compartiendo testimonios.

Una última pregunta que podría dejar sobre la mesa es: ¿el abusador es consciente de lo que hace? En mi caso, sí lo era. Para él era todo un gran ajedrez. Y yo era su novia. Pero creo que no es tan importante si el manipulador es consciente del mal que hace; ¿eran acaso conscientes los hombres que acosaban a las mujeres de que las estaban acosando sexualmente antes de que existiera el concepto de “acoso sexual”? Es la práctica en sí la que está mal y nos toca a nosotros como sociedad terminar de definirla.