Mis dos hijos mayores –y el tercerito– conocen a todos los héroes del rock y sus canciones. Desde chiquitos. Pero, dando un formidable paso que yo no pude, son también fanáticos de la música electrónica, el sonido de estos tiempos. Sus ingresos los invierten en parlantes, audífonos y demás artefactos que potencian su experiencia de escuchar ‘electrónica’. Porque ese género necesita de una ecualización y potencia muy particulares. Mi segundo hijo tiene consolas, programas y amplificadores porque él hace música electrónica desde chico. Su hermana lo lleva donde amigos aficionados y ahí pasan el rato haciendo mezclas apasionadamente. Paran buscando nuevos trucos y compartiendo lo último. También gastan en entradas para los famosos raves, que están cada vez más de moda en Lima. Ellos me explican que existen distintos tipos en el género de la electrónica, como techno, minimal, house, chill out, deep house, electropical, en fi n. Para mí todo suena igual. Pero con el tiempo he ido aprendiendo el ‘uso’ de este tipo de música, que no promueve la contemplación auditiva sino un estado imaginario puramente rítmico. Y debo admitir que es toda una cultura que va creciendo y apreciándose cada vez más aquí.
Antes había muy pocos raves y los importantes ocurrían una o dos veces al año. Hoy en día estas megafi estas se dan una vez al mes y se anuncian con bastante anticipación, con lo cual generan grandes expectativas entre los afi cionados. Las entradas son caras (algunas pueden bordear hasta los S/. 300), pero la producción que ofrecen es realmente impresionante. Hay una gran inversión en luces, infraestructura, pantallas y seguridad. Cada vez son más las marcas grandes que se animan a auspiciar los raves, por su creciente éxito y acogida en la juventud limeña. Lo particular de estos ‘conciertos’ electrónicos es que cada DJ –el artista– toca un ‘set’ (selección de canciones mezcladas) según la ocasión, en vivo. Nunca vas a ir a un rave y escuchar el mismo repertorio que en otro.
La música llamada electrónica de hoy está superevolucionada. Los DJ trabajan con sonidos que están por debajo o por encima de lo que el oído humano puede percibir (< 20 Hz / > 20 kHz). Estas son frecuencias que no se oyen pero se sienten. Estos sonidos estimulan los sentidos y crean un ambiente sutil para quien quiera darle un uso químicamente adicional a la experiencia.
Condición muy peligrosa para quienes no ven los raves como arte sino como juerga. Por ello, padres, estén atentos. Estos eventos tienen un origen puramente clandestino. En los 50 se le llamaba rave a cualquier fiesta ‘salvaje’. Con la psicodelia de los 60 y el uso de luces y drogas, estos eventos se volvieron una subcultura. Pero en los 80, con la proliferación de los géneros techno y acid house, las fiestas de música electrónica empezaron a multiplicarse universalmente.
Este año ha sido uno de los mejores para la electrónica en Perú. Han venido reconocidos DJ como Carl Cox, Martínez Brothers, Ilario Alicante, Sven Vath, Martin Garrix, Claptone, Marco Carola y hasta el icónico rey del techno-trance, Tiesto. No todos los raves son iguales. Existen los open air, que son mayormente en el día y en un área abierta. Luego están los más oscuros, que se llevan a cabo en sótanos del Centro de Lima o en la periferia de la ciudad, donde la entrada no pasa de los 20 soles o incluso son gratis. Ahí la electrónica es mucho más pura y van los verdaderos ‘conocedores’ del género. Vemos entonces que los raves mantienen en un pequeño porcentaje su condición marginal. Pero han conseguido, en un gran porcentaje, ser eventos de lujo con auspiciadores y todo. Con la escasez de figuras nuevas de la música y la expansión de las fi estas de electrónica, los raves –y su adicional éxito social– parecen ser el formato fiestero del futuro.
Esta columna fue publicada el 5 de noviembre del 2016 en la revista Somnos.