Somos peruanos, o eso dice nuestro pasaporte, pero también pensamos y soñamos con otros países y en otras lenguas. Hemos incorporado palabras foráneas, sobre todo del inglés. Términos como ‘click’, ‘remember’, ‘mouse’ y otros forman parte de la vida diaria. El otro día escuché decir a alguien “estoy fresh”, pues había regresado de vacaciones. Todos sus amigos lo entendieron.
Muchos de nuestros compatriotas al nacer son bautizados con nombres de otras lenguas, que son aceptados en castellano. Esos nombres, entre nosotros pueden venir del inglés, del francés, del alemán, o de otros idiomas. Conozco a muchas personas jóvenes y no tan jóvenes llamadas John, Jane, Herbert o Wilmer, aunque también a otras que se llaman Illary, Amaru, Chaska o Urpi, palabras tan sonoras y bellas como el quechua del que proceden. No es solo el idioma el que se ha polinizado sino también los usos y costumbres. Uno puede viajar a una zona rural en el Perú y encontrar a un agricultor trabajando con un polo que dice University of Indiana o cualquier otra inscripción semejante. Si hay algún imperialismo del que dependen todos los otros es el imperialismo cultural. Por estos días el sinónimo de cine parece ser el cine norteamericano que se consagra en ceremonias como el Óscar (aunque este año parece saludable que pueda ganar una película coreana). Por otro lado, en el inglés, hay algunas palabras del castellano que se han colado y se reconocen, entre ellas ‘loco’ y ‘mañana’ para referirse a nuestra supuesta locura y pereza. Esos son los estereotipos que se reflejan en el lenguaje importado. También conocí casos risueños de personas que traducían directamente de una lengua a otra. Cuando un peruano en Texas oyó que le tocaban la puerta pensó en traducir “Pase nomás” y dijo en voz alta: “Come in no more”.
Pero el cruce de lenguas no solo tiene que ver con palabras sueltas. Viviendo en Estados Unidos conocí a una serie de hijos de inmigrantes latinoamericanos que eran totalmente bilingües. Personas que hablaban con acento perfecto en castellano y en inglés, además eran expertos en la música, la gastronomía y sabían de la historia de sus dos países, el de origen y el adoptivo. No es solo allá. En Lima, el noticiero del miércoles pasado mostró a un policía perfectamente bilingüe, ayudando a una señora quechuahablante que se había perdido en la jungla urbana.
En su gran ensayo de 1970, el escritor George Steiner propuso que en el siglo XX vivíamos en un estado “extraterritorial” de lenguas. Por primera vez, hacia mediados de ese siglo, apareció un grupo de escritores que se pasaron de una lengua a otra con toda naturalidad. Beckett, Borges y Nabokov son algunos. Podríamos agregar un caso más cercano. César Moro escribió la mayor parte de su obra en francés pero es un gran poeta peruano. Steiner, que murió esta semana dejando una gran obra, denominaba esta experiencia como la “estrategia del exilio permanente”. Es obvio que el principal factor de este cambio es la facilidad en las comunicaciones internacionales que hace algunas décadas era impensable.
Hoy todos podemos vivir en un exilio cultural permanente, lo que me parece muy saludable. No hay nada peor que los nacionalismos en el terreno cultural y los sistemas cerrados en el terreno político, como los que tienen dos de los partidos elegidos al Congreso. Tener raíces en una o dos parcelas del mundo y alas en todas las demás es el modo más saludable de vivir y de convivir. Lo dice un personaje de Beckett: “Es suficiente para hacer que te preguntes si estás en el planeta que te corresponde”.