Faetón, por Luis Carranza
Faetón, por Luis Carranza
Luis Carranza

Faetón, hijo de Apolo en la mitología griega, era objeto de las burlas de sus amigos quienes no creían en su origen divino. Para complacerlo, el dios Sol permitió que Faetón guiara la cuadriga que salía todas las mañanas. Según el mito, los corceles se dan cuenta de que no estaban dirigidos por la férrea mano de Apolo y se desbocan, cayendo sobre la Tierra. Así la mitología griega explicaba, entre otras cosas, la existencia del desierto en África. 

Este mito ilustra la importancia del liderazgo político. Hacer que un país progrese implica hacer reformas que promuevan el crecimiento, que mejoren las instituciones y que se avance en mayor cohesión social. Sin embargo, hacer reformas no es fácil.

Una reforma implica un cambio que beneficia a una gran mayoría atomizada, pero perjudica a una minoría con fuertes intereses y con gran capacidad de movilización. En la aritmética política, los apoyos a las reformas son escasos (porque los beneficios se perciben en el largo plazo o incluso se piensa que no hay beneficios, como sería el caso de la flexibilización laboral), mientras que el grupo que ve afectados sus intereses atacará políticamente a quien intente eliminar sus privilegios. 

El resultado de esta operación siempre es negativo. De allí que se requiera capital político para hacer las reformas y avanzar. Pero no se puede hacer todo y el tiempo juega siempre en contra. Por eso, se necesita una enorme capacidad política para priorizar e implementar las reformas. 

Retomando los temas pendientes del artículo anterior, reformas estructurales y control del gasto corriente, veamos cómo nos faltó liderazgo y capacidad política en estos cinco años. Respecto a las mejoras para hacer más competitiva y productiva nuestra economía, o nos estancamos o hemos retrocedido. 

Veamos algunos ejemplos. En el Índice de Libertad de Comercio de Heritage Foundation pasamos de 59,8 en el 2005 a un mejor indicador de 86 en el 2011, y allí nos estancamos. Al 2015 estamos en 87, con Colombia y México acercándose. 

En términos del Índice de Facilidad para hacer Negocios del Banco Mundial, el Perú mejoró del 2006 al 2011, pasando del puesto 71 al 36, pero en el último ránking retrocedimos al puesto 50. Hay que reconocer que se han dado cambios en la metodología, pero igual caímos cinco puestos respecto al año anterior. 

En el campo laboral, el ránking del Foro Económico Mundial marcaba una mejora sustancial del 2008 al 2011, pasando del puesto 75 al puesto 43, pero hoy estamos en el puesto 64. Retrocedemos 21 escalones. 

Ciertamente no nos volvimos una economía chavista, pero este gobierno no entendió que el progreso se logra con la mejora continua y permanente. No comprendió que hacer reformas no solo implica publicar la ley en “El Peruano”. 

Se requiere trabajo político, por ello dos buenos proyectos como la contribución de los independientes y la reforma del empleo juvenil fueron fracasos políticos y se derogaron. 

Un tema no menor es el control del gasto corriente. A escala de gobierno general, se pasó de 63.191 millones en el 2011 a 96.144 millones en el 2015. ¡Un aumento de 52%! ¿Usted siente, estimado lector, alguna mejora en la calidad de la gestión pública que justifique estos incrementos? Es fundamental que el siguiente gobierno regrese a la antigua Ley de Responsabilidad Fiscal, que impedía aumentos exagerados en gasto corriente. 

¿Cómo hacer reformas estructurales si no se puede aumentar el gasto corriente en capital humano? Muy simple: tal como se hizo en el gobierno anterior con la Ley de Carrera Magisterial, se consigna la mejora en sueldos sujeta a evaluación y resultados. 

Si se pasa el límite global, se pediría permiso al Congreso sujeto al plan de mejora que se quiere implementar, lo que significaría un proceso de rendición de cuentas de manera clara y transparente, y no la discrecionalidad actual de aumentar sueldos y empleados sin ningún control y sin mejoras en la calidad del servicio público que se brinda. 

El siguiente gobierno tendrá que controlar el crecimiento del gasto corriente, priorizando las mejoras salariales, evitando perder más ingresos fiscales e impulsando el gasto en infraestructura. En términos fiscales no hay margen para el error. El Perú no se puede dar el lujo de tener otro Faetón dirigiendo el país.