Algunas circunstancias o personajes sintetizan las actitudes y conductas sociales que se repiten en nuestra sociedad: envidia, apetitos, desinformación. Uno de estos casos es el médico Baltazar de Villalobos.
Nacido en 1754, Villalobos fue un médico criollo de San Marcos. Cercano a Hipólito Unanue y al círculo ilustrado de Lima, cobró fama al controlar una epidemia de tabardillo que había matado a muchos esclavos en Huaral en 1796. Aislando a los enfermos, sangrándolos durante 20 días, aplicándoles laxantes y una poción a base de quina, logró dominar la peste. En 1800 publicó sus hallazgos en un libro que fue comentado por los especialistas en Europa.
En 1804 Villalobos pidió permiso al virrey Avilés para experimentar con un grupo de leprosos del Hospital San Lázaro a los que entonces se encerraba de por vida sin más tratamiento que el consuelo espiritual y algunas pomadas para aliviar los síntomas. El virrey accedió a entregarle 13 pacientes de aspecto monstruoso, algunos encerrados por décadas, con rostros deformes, extremidades elefantiásicas, tumores, costras y secreciones pestilentes. Cuatro días después, para general asombro, los primeros pacientes tratados respondieron positivamente, y al cabo de 5 semanas fueron presentados casi sanos. Ante la crítica de sus envidiosos colegas, Villalobos pidió que un comité de médicos supervisara su trabajo y continuó con los demás enfermos que, salvo uno que murió por otras causas, fueron declarados sanos por el comité. En Lima comenzó a decirse con orgullo que un médico peruano había logrado vencer la maldición bíblica, comparándolo con Jenner que, en 1796, había aplicado la vacuna de la viruela en Inglaterra.
Ante tal éxito, el virrey nombró a Villalobos director del hospital, asignándole un sueldo anual de mil pesos. Pero con ello dejaba de lado a la iglesia y a las cofradías, administradores clásicos de los hospitales, lo que enfrentó a estas instituciones con el nuevo director, al que tildaron de charlatán, pues era imposible sanar lo que la biblia declaraba incurable. Villalobos respondió que sus críticos eran corruptos y que no podrían seguir robando los fondos del hospital. El tema llegó al nuevo virrey Abascal, quien convocó y escuchó a los pacientes curados, dando la razón al doctor. Entonces los envidiosos acudieron al rey y el caso fue discutido en 1812 por el consejo de regencia en Cádiz, el cual apoyó a Villalobos y pidió informes sobre su milagroso método.
Entretanto, la guerra dentro del hospital fue creciendo: los enemigos de Villalobos rechazaban a los pacientes que llegaban cada vez en mayor número, aun de otros virreinatos con la esperanza de ser curados, entre ellos muchos que habían ocultado su enfermedad por temor al encierro. El conflicto terminó desordenando el hospital y, para horror de los limeños, un grupo de nuevos pacientes leprosos escapó de San Lázaro en 1807 para manifestarse ante el palacio virreinal.
Hacia 1812 Villalobos había curado a 72 pacientes. Curiosamente nunca quiso compartir su método. Prometía hacerlo a través de un libro que nunca escribió.
¿Acaso curaba soriasis o sífilis mal diagnosticada, o es que realmente había encontrado un método para curar la lepra con mercurio y alguna corteza cuyo secreto no compartió?
Villalobos, que por la hostilidad de sus colegas trataba ya a sus pacientes en otros hospitales, fue expulsado en 1815 de San Lázaro. Tal la eterna condena, al éxito sigue la envidia.