¡Por favor, identifíquese!, por Gonzalo Portocarrero
¡Por favor, identifíquese!, por Gonzalo Portocarrero
Redacción EC

Es muy significativo que en la percepción de los peruanos los problemas más graves del país hayan dejado de ser la pobreza y el desempleo, según lo deja ver la encuesta publicada en este Diario la semana pasada. Ahora la y la son los temas más inquietantes. Este desplazamiento viene a contradecir expectativas de izquierda y de derecha. La izquierda postuló que la delincuencia se debía a la pobreza y la falta de empleo resultantes del injusto sistema económico. Pero está sucediendo lo inverso; es decir: la pobreza cae y el empleo sube pero también lo hace la criminalidad. Detrás de la creencia de la izquierda estaba la idea de que el pueblo es “naturalmente” bueno y que la delincuencia obedece a situaciones extremas de injusticia y falta de oportunidades. Ahora vemos que se trata de un supuesto ingenuo. En el fondo paternalista. Pero estas cifras también desmienten el clásico tópico de la derecha: el mercado y el crecimiento son la solución a todos los problemas. Por el contrario, hay muchas situaciones en que el aumento de la riqueza es el factor que ha propiciado la proliferación del crimen. El ejemplo más claro es

La lección es clara: la corrupción y la delincuencia son fenómenos complejos, cuya presencia, o ausencia, no se explica solo por factores económicos. Y, viendo más lejos, es previsible que la multiplicación del crimen vaya a estrangular el desarrollo del país. La corrupción, y el desquiciamiento consiguiente de las instituciones, reaviva el pesimismo sobre nuestro destino colectivo. Y la delincuencia nos hace sentir frágiles, vulnerables. Más ahora, cuando las fronteras entre la corrupción y el crimen tienden a desvanecerse. La corrupción ya no es solo el delito de “guante blanco” realizado por los políticos cínicos e inescrupulosos. Ahora la corrupción recurre al crimen de manera que la contratación de sicarios y el asesinato de los opositores se han convertido en hechos cotidianos. 

La corrupción es, a la larga, más perniciosa que la delincuencia común. Tiene raíces más hondas, pues se remonta a la época colonial, y traduce una falta de respeto por la ley entre las personas que justamente son las encargadas de elaborarla o ponerla en vigor. Y tiene consecuencias más profundas, pues esa actitud de cinismo es la escuela de descreimiento en que los peruanos aprendemos que la “viveza” y la “pendejada” son las actitudes más convenientes. 

Hace mucho que sabemos que las cosas son así. Ya en 1888, decía: “”. Pero, desde entonces, la situación ha empeorado. Antes la infección estaba oculta, había que apretar el dedo para ponerla en evidencia. Ahora ya no, el descaro se muestra agresivo, insolente, como en las declaraciones del ex presidente de Moquegua, Jaime Rodríguez: “Lo que yo robé lo compartí con ustedes para que lleven un pan a su casa”. Cuando un político recibe un cargo de autoridad, cada uno de sus asociados recibe lo suyo según su contribución. Los que apoyan a lo lejos se “ganan” con su pan y la parte del león se queda con el jefe, quien organiza el robo y la repartija. 

Hemos caído tan bajo que la candidatura de un hombre honrado despierta escepticismo. Se le prejuzga como incapaz de gobernar un país donde todos quieren la “suya”. Entonces, en esta lógica, quien despierta credibilidad es el más sinvergüenza. El cínico mayor y su círculo de incondicionales. ¡Ese sí que sabe gobernar! ¡No es ingenuo! ¡Qué bien habla! ¡Mezclará la mano dura para los opositores con las prebendas para su gente! ¡Hay que estar cerca! 

La clase política, empezando por los ex presidentes y (casi todos) los congresistas, tiene maestros del cinismo. Cuando estos son denunciados, defienden su inocencia con un tono de voz convincente, categórico. Y mediante sus gestos, y seriedad impasible, logran simular una integridad tal que nuestro primer impulso es creerles. Y luego, es una triste desilusión saber que hemos sido engañados. Y las decepciones se acumulan para formar un sentido común: todos son iguales, mentirosos, sinvergüenzas y soberbios.

Pero no todos son así. Entonces, el honrado, por favor, identifíquese. Rechace la impunidad y la mafia, tome distancia de la corrupción y denúnciela. Necesitamos ejemplos, gente en quien creer.