"Vivimos en un tiempo organizado por los europeos, más precisamente por la Iglesia Católica, pero no hay por qué quejarse y es demasiado tarde para cambiarlo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Vivimos en un tiempo organizado por los europeos, más precisamente por la Iglesia Católica, pero no hay por qué quejarse y es demasiado tarde para cambiarlo". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alonso Cueto

La vida puede ser una línea o un conjunto de ciclos, de acuerdo a cada época y a cada uno de nosotros. Estos días, cuando estamos deseándonos feliz año, pensamos que el futuro existe y que puede ser mejor, o que al menos eso nos gustaría. Decir “feliz año” puede ser una frase sincera pero también es un gesto de cortesía. Ninguno de nosotros queremos que el futuro nos odie.

Las frases de buenos deseos de estos días no incluyen a las familias. Hemos deseado “Feliz Navidad con la familia”, pero los deseos de Año Nuevo son individuales y secretos. Nuestra cultura ha inventado una implosión familiar en casa que es la de la Navidad y una explosión de los amigos al aire libre de la fiesta en Año Nuevo. Estamos celebrando la convicción de que vamos a vivir un año más o que al menos hemos terminado enteros el que se acaba.

¿Tenemos motivos de esperanza en el año entrante? ¿El Congreso que vamos a elegir será más honesto y comprometido que el último? (Esto último no sería difícil) ¿Habrá menos feminicidios, menos discriminación, menos muertes injustas? ¿Cómo puede recibir este Año Nuevo una familia pobre, sin esperanzas de mejorar su situación en el corto plazo? ¿Qué sensación de futuro puede tener una persona que no sabe si va a comer al día siguiente? Las preguntas son individuales y colectivas. Los recuentos de fin de año van a mostrar escenas terribles aunque también hay algunos hechos positivos, entre ellos el logro de la organización de los Juegos Panamericanos que sin duda aumentó la autoestima de nuestra sociedad.

Y toda esta contabilidad emocional es resultado de una convención, como ocurre con frecuencia. El calendario gregoriano estableció que el año se iniciaba el 1 de enero por decreto. El papa Gregorio XIII, a través de la bula “Inter gravissimas”, lo decidió así. Desde 1582 el calendario gregoriano fue sustituyendo al calendario juliano (llamado así porque fue establecido por Julio César; todos quieren que su nombre perdure). El origen fue un estudio hecho en la Universidad de Salamanca que buscaba adecuar la fecha de la Pascua al plenilunio que seguía al equinoccio de la primavera, es decir, al mes de marzo. Desde Europa se fue importando este calendario a casi todos los países del mundo, aun cuando no fuera primavera precisamente en esas fechas en el hemisferio sur. Vivimos en un tiempo organizado por los europeos, más precisamente por la Iglesia Católica, pero no hay por qué quejarse y es demasiado tarde para cambiarlo.

Solo queda vivirlo. Pensar que estaremos mejor o un poco peor el año entrante y el que sigue. Imaginar que todo lo que nuestro país tiene de potencial se puede traducir en unos líderes nacionales y regionales capaces de expresarlo. Si uno mira hacia atrás, en estos últimos años, creo que el gran cambio ha sido que ha aparecido con fuerza la lucha contra la corrupción en todas sus formas. Esa es la esperanza que puede sostenernos en el tiempo que viene.

El poeta griego Hesíodo, en su obra “Los trabajos y los días”, fue el primero en afirmar que hubo una edad dorada, al inicio de la creación. En ese tiempo vivíamos, decía él, en una utopía. Muchas doctrinas, incluyendo a la cristiana, han asumido esa edad, afirmando que se produjo luego la caída del hombre. Nosotros, en este Año Nuevo, no queremos volver a una edad dorada, del todo imposible y acaso peligrosa. Pero no hemos renunciado a estar un poco mejor que ahora y seguir así, hasta donde podamos. Uno puede vivir mal pero no sin esperanza.