La ficción de que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) puede planear el progreso del mundo se está exhibiendo desde ayer en una gran conferencia de líderes globales en la sede del organismo.
Se trata de una agenda recién aprobada por la ONU que contiene 17 nuevos objetivos mundiales de desarrollo con 169 metas específicas a ser cumplidas en 15 años. Los objetivos son ambiciosos y bonitos en su mayoría: cero hambre y cero pobreza; garantizar una vida sana para todos; lograr la igualdad entre los géneros; promover sociedades pacíficas; etc.
El problema es que el desarrollo humano no ocurre gracias a planes estratégicos impuestos desde arriba hacia abajo. Además, no habrá ni puede haber una rendición de cuentas respecto de este proyecto, y la multitud de metas implica que la ONU no ha podido definir prioridades.
No es la primera vez que líderes políticos se reúnen en cumbres grandiosas a prometer el cielo y la tierra. En el pasado, por ejemplo, cumbres de la ONU fijaron los años 1990 y 2000 para lograr el acceso universal al agua y a la educación primaria universal, respectivamente. Cuando no se cumplieron, se fijaron metas nuevas para el 2015 bajo los Objetivos del Desarrollo del Milenio, agenda que a su vez precedió la nueva agenda de la ONU. De hecho, el acceso al agua y a la educación universales se prometen esta vez también.
Los Objetivos del Desarrollo de Milenio, el plan que empezó en el 2001 y concluye este año, por lo menos solo eran ocho. Durante ese tiempo sí se logró reducir la pobreza mundial enormemente y más allá de lo previsto por las Naciones Unidas. Pero ese avance ocurrió mayormente debido a la reducción de pobreza en China e India, cosa que no está relacionada con las declaraciones de la ONU. Duncan Green de Oxfam lamenta que hay poca evidencia de que los objetivos de desarrollo de la ONU han tenido mucho impacto en el ámbito nacional. A estas alturas debería ser obvio que los países progresan o no debido a sus propias políticas e instituciones locales y no por factores externos, una realidad que limita la influencia de las agencias internacionales.
La creciente cantidad de objetivos de desarrollo, sin embargo, sí favorece a la ONU, a los líderes políticos que prometen grandes avances en el largo plazo, y a la multitud de agencias que proveen consejos y fondos a los gobiernos. Con tantos entes y tantas metas no se puede responsabilizar a nadie de la agenda. La culpa de no cumplir una meta se la puede atribuir a muchos y por lo tanto a nadie. El éxito, en cambio, tiene muchos padres.
Todo esto no quiere decir que no hay políticas multilaterales que serían beneficiosas. No priorizar las metas, así como no evaluar sus costos y beneficios, inhibe la buena toma de decisiones. El académico danés Bjorn Lomborg argumenta que el beneficio neto de eliminar los subsidios a combustibles fósiles o de implementar numerosas otras políticas es muy superior en términos económicos o en vidas salvadas comparado al beneficio neto de limitar las emisiones de carbón, por ejemplo.
Donde la política multilateral sí puede tener un impacto tremendamente positivo, incluso más que una mayor liberalización comercial, es respecto de la migración internacional. Según Lant Pritchett de la Universidad de Harvard, un trabajador típico proveniente de un país en desarrollo puede ganar entre 3 a 5 veces más en un país rico. La movilidad internacional del trabajo aumentaría la riqueza mundial en millones de millones de dólares y se convertiría en el programa antipobreza más importante del mundo. Da pena, pero no sorprende, que la nueva agenda de la ONU no le dé importancia a este tema.