Alonso Cueto

Estoy en el kilómetro 11 de la carretera al sur, dispuesto a tomar un ómnibus que me llevará a Ica, con ocasión de la Feria del Libro Abraham Valdelomar. La estación podría ser un reflejo de nuestra diversidad regida por la abundancia, el caos y el movimiento. Cada agencia tiene sus avisos. Todos son de distinto color, tamaño y forma. Anuncios en voz alta desde distintos lugares proclamando salidas a Abancay, Cusco, Trujillo, Amazonas. Mientras busco al ómnibus que me llevará a Ica, un señor de acento extranjero me detiene con el argumento de que ese ómnibus se dirige hacia Tacna. Trato de explicarle que Ica está en el camino y él me contesta que son destinos diferentes (este no es un comentario xenófobo, pues pienso que todos los extranjeros deben ser bienvenidos al Perú con tal de que aprendan algo de su geografía).

La feria del libro de Ica, en la plaza de Armas, es una maravilla de organización y un éxito de público. Cerca de 100 mil personas han pasado por sus puestos en estas dos semanas gracias a la asociación Conde de Lemos, que preside la escritora y promotora Leydy Loayza. En la ciudad, nos encontramos con varios inmigrantes venezolanos, todos muy agradables, que nos dicen que han venido aquí huyendo de la neblina de Lima. El ‘gringo’ aquí aparece temprano, nos comenta uno.

Ica mantiene sus maravillas intactas. Entre ellas, las murallas anchas y los sabios árboles del jardín del Hotel Mossone; la laguna de Huacachina, que luce más cuidada; y su tierra fértil, que ha mantenido la agroindustria en pie. César Panduro, Víctor Campos y otros promotores siguen cumpliendo una gran labor cultural. El ingeniero Antonio Carrasco nos explica con cuidado los pasos de la producción de pisco en El Catador. En la feria, asistimos a una brillante exposición sobre “Trilce” a cargo de Rodrigo Vera y Yaneth Sucasaca, de la Casa de la Literatura. José Alejandro Subauste revive en el teatro las escenas de los libros de Valdelomar. Se presenta la interesantísima novela de Leydy Loayza, “Después los muertos”, con el retorno de la vibrante Alma González. Por otro lado, se reparten copias del libro de Vallejo “Del siglo al minuto” (Casa de la Literatura) y de Gregorio Martínez, “Lengua y delirio” (Asociación Conde de Lemos).

Uno de los más graves problemas de nuestro país es el espíritu de división, un rasgo propio de una sociedad fragmentada. Lo hemos visto a lo largo de nuestra historia: en las luchas entre las culturas precolombinas, la adhesión de culturas nativas a la Conquista, la multitud de rebeliones, traiciones y caudillos en tiempos republicanos. Lo vemos hoy en la vida política. Sin embargo, a esta hora en la plaza, llena de inmigrantes andinos, todos parecen estar unidos en un mismo fin: escuchar a los escritores de Ica en el escenario. Me pregunto si la fuerza de nuestra cultura colectiva podrá prevalecer algún día sobre esa concepción del país en dos mundos irreconciliables, destinados a colisionar. Esta última, por cierto, es una idea nefasta que preside el pensamiento de líderes como Vladimir Cerrón.

Mis dudas quedan postergadas por el final de esta fiesta. En el escenario de la plaza de Armas aparece el grupo Uchpa. Sus géneros son el rock y el blues, que incluyen el violín, la guitarra, el bajo, la batería, un danzante de tijeras y el waqrapuku. Su vocalista, Freddy Ortiz, canta en quechua y en español. La fiesta de las varias lenguas, formas y colores se ha desatado. El público baila sostenido en misma armonía. Por esta noche al menos.

Alonso Cueto es escritor

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