La película peruana “Willaq Pirqa” es un maravilloso homenaje al cine, a la vida comunitaria y a la belleza del mundo andino. En el inicio de la historia, Sitsu tiene 13 años y vive con sus padres en una zona rural. Una mañana corre a alcanzar el ómnibus que lo llevará al colegio. Pronto llega la noticia de que hay una proyección de películas en el pueblo cercano. Sitsu asiste a una de las funciones y luego convence a un grupo, liderado por Mamá Simona, para ir a ver una proyección. Esa escena, una de las más hermosas de la película, termina comprobando las barreras que sufre la comunidad. Las películas son en un idioma que nadie entiende. Todos los asistentes son quechuahablantes. Uno de ellos afirma que nunca se hará una película en su idioma (“Willaq Pirqa” está rodada enteramente en quechua, por cierto). Se produce entonces un debate en la comunidad. ¿Deben seguir yendo al cine? ¿Deben permitir que vaya Sitsu? La solución fluye de un modo natural y seguro.
Dirigida por César Galindo, en recuerdo de un amigo de su infancia, y protagonizada por Víctor Acurio como Sitsu y por Hermelinda Luján como Mamá Simona, la película está escrita por el mismo Galindo en colaboración con Augusto Cabada y Gastón Vizcarra. Algunas de las escenas más interesantes del film ocurren en las reuniones comunitarias donde se debaten las cuestiones sobre la ida al cine (definido como una pared donde “se mueven figuras como si tuvieran vida y alma”). Hay puntos de vista discrepantes en esas reuniones, como la que sostiene Florencio, el padre de Sitsu. Sin embargo, el grupo llega a un acuerdo luego del testimonio de cada uno de sus miembros. Esas reuniones serían un ejemplo para cualquier político actual. La comunidad llega a la conclusión de que ellos también tienen derecho a contar sus propias historias y no solo las que el cine que se proyecta les ofrece (“Drácula” y “Lo que el viento se llevó” son algunas de las que han visto).
Querer contar las historias propias, sin ignorar las de otras culturas, es el deseo de cualquier comunidad. Un grupo se siente integrado cuando es capaz de crear, compartir, celebrar las historias que lo representan. Esa manera de definir la función del arte (el vehículo para contar las historias propias) sugiere una de las preguntas del film. ¿Será posible que lo logren? La respuesta es la misma película. El film de Galindo cuenta una historia de la comunidad y su confrontación con una cultura ajena. Pero cuenta también su capacidad para discutir su futuro en grupo y para aprovechar esa cultura en favor de su propia capacidad de contar. En ese sentido, es una figuración del papel de la sociedad peruana en el mundo. El hecho de que las historias sean una creación individual, pero también comunitaria, está en la base de las memorables escenas en las que Sitsu termina hablándole al resto del grupo. Mientras su padre se opone a la imaginación de su hijo (piensa que debe hacer algo útil y trabajar solo en la chacra), Sitsu se lanza a volar frente a la comunidad, al borde de un cerro.
La magnífica geografía cusqueña que va puntuando “Willaq Pirqa” señala un horizonte donde la situación de pobreza y aislamiento del grupo pueda superarse. La película tiene la audacia de mantener una promesa en el futuro de nuestro país y en su arte. Es una alusión a la capacidad de organizarnos e imaginar. No es un asunto menor en estos días tan duros y sombríos.