El reciente referéndum sobre la separación o permanencia de Escocia en el Reino Unido, en el que ganó el No, ha reanimado un proceso que constituye uno de los fenómenos más notables de la globalización: la fragmentación de los estados, su resurgimiento o el surgimiento de otros.
Hay tres casos emblemáticos de este fenómeno: Rusia, Alemania y la antigua Yugoslavia. Estos hechos se relacionan con la caída de los estados totalitarios. La reforma se inició en la antigua Unión Soviética. Gorbachov dio el primer paso con la Perestroika y la Glásnost, y el proceso continuó hasta que el gobierno decidió convocar un referéndum para que los pueblos integrantes del gigantesco territorio soviético decidieran continuar unidos o independizarse. Este fue el referéndum más grande de la historia, por los millones de participantes que votaron en esta consulta popular. Concluida la consulta, algunas naciones decidieron su autonomía: los tres países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia), Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania (ahora con serios problemas de integración) y Uzbekistán. Estas naciones son ahora independientes y –los países bálticos y Georgia– forman parte de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Como resultado del proceso, los 22 millones de kilómetros cuadrados de la otrora Unión Soviética se redujeron a 17 millones.
La caída del Muro de Berlín es quizá el hecho más simbólico de este proceso. La división de Alemania, impuesta después de la Segunda Guerra Mundial, terminó en 1989, y ahora existe una sola nación con un estado federal. Lo mismo sucedió con la antigua Checoslovaquia, que, al proclamar su independencia del dominio totalitario, se constituyó en una república democrática, pero luego de diferencias internas se formaron dos estados: República Checa y Eslovaquia.
El proceso más crítico y doloroso sucedió en la antigua Yugoslavia, formada después de la Segunda Guerra Mundial, con el comando del general Josip Broz Tito. A su muerte se inició la debacle, y varias repúblicas proclamaron su independencia. Muchos de estos pueblos fueron víctimas del régimen conducido por Slobodan Milošević, que declaró una “limpieza étnica” genocida. Surgieron nuevos estados: Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Serbia, con dos provincias independientes (Kósovo y Voivodina).
Sin embargo, este proceso no ha terminado. Un artículo de Francisco Sanz, periodista de este Diario, del domingo 14, nos recuerda las situaciones críticas que están pasando en otras naciones europeas. Son muy conocidos los intentos separatistas de Cataluña y sus reclamos por un referéndum. En Bélgica, flamencos y valones han tenido serios encontrones; los corsos franceses, que no se sienten tan franceses, buscan tener más autonomía; un grupo de italianos pugnan por crear la República de Padania; y finalmente en Rumanía, una etnia húngara pretende la autonomía de Transilvania.
Todos estos hechos demuestran una tendencia que puede continuar en otros territorios. Por ejemplo, el feroz Estado Islámico quiere construir una nación con los parámetros de esta religión en Iraq y Siria. Incluso en América se produjeron dos casos. El primero se refiere al referéndum relacionado con la separación de la provincia de Quebec en Canadá, en el que por un estrecho margen ganó el No, y el segundo a Bolivia, cuando unas provincias, bajo el liderazgo de la dirigencia separatista santacruceña, decidieron independizarse. Evo Morales se la jugó con un referéndum revocatorio que le fue favorable, y se impidió la balcanización de este país tan ligado a la historia del Perú.
No es la primera vez que acontecen fenómenos de esta naturaleza. Al concluir la Primera Guerra Mundial desaparecieron dos estados que además fueron imperios: el austrohúngaro y el otomano.
El historiador estadounidense Paul Kennedy, en su obra “El ascenso y la caída de los imperios”, demuestra cómo hay momentos en la historia en que los estados se forman y luego se disuelven, lo que origina otros nuevos. Si este proceso es una tendencia, a futuro podría volver a suceder, y los pueblos no serán testigos mudos, sino activos y participantes. Sin ir tan lejos, ¿cuál puede ser el destino de las dos Coreas y de Taiwán?