Fernando Rospigliosi

Detrás de una imagen de intelectual coherente, el presidente Francisco Sagasti se está mostrando como un político inseguro, inconsistente y vacilante en sus primeros días en el Gobierno.

Dos portadas consecutivas del diario “La República”, un medio que no oculta su simpatía por Sagasti, reflejan esas variaciones: “Constitución es tarea para el próximo gobierno”, dice la del sábado pasado. Y “De hecho, hay cambios que introducir en la Constitución”, cita la del día siguiente. No se trata de una contradicción flagrante, pero sin duda es un cambio que reflejaría su deseo de contentar a los que quieren una cosa y la contraria.

Inmediatamente después vino otra vertiginosa mutación. “No pensemos que hay que reformar a la policía por el actuar de unos malos elementos”, tituló “La República” una entrevista que le concedió el presidente el 22 de noviembre. Y el mismo diario puso en su portada dos días después: “Presidente Sagasti sienta las bases para la reforma de la PNP. Remueve a 18 altos mandos de la policía”.

Por supuesto los adictos –y los beneficiarios– del nuevo Gobierno podrán encontrar muy sutiles y refinados argumentos para tratar de justificar las mudanzas presidenciales. Pero es muy obvio para cualquiera que no esté cegado por la pasión o por el interés, que la consistencia y la firmeza no son cualidades del flamante presidente.

Peor aún, constituye un grave error para un Gobierno con tan pocos días en ejercicio, en mi opinión, la destitución de 18 generales de la Policía Nacional con el objetivo de poner en la jefatura a alguien que estaba muy abajo en el escalafón y que, por lo que se conoce, no tiene méritos excepcionales para ocupar el cargo que justifique esa convulsión en la PNP, además de ser amigo de los amigos, claro está.

De hecho, ese oficial ya había sido ascendido de manera irregular, no ilegal, de coronel a general el 2018. Una regla no escrita en la PNP y las FF.AA. es que no se asciende a la primera postulación a ese rango. Pero lo hicieron con él, los mismos que ahora lo elevaron al cargo más alto.

La decapitación del comando policial y su reemplazo por otro, se produce en un momento que no corresponde hacer esos cambios y en medio de la crisis que ha afectado al país y especialmente a la PNP: seis ministros del Interior durante la pandemia y varios relevos de todos los altos mandos de la institución en ese período.

Si eso fuera a mejorar sustancialmente el desempeño de la PNP, podría entenderse, no justificarse. Pero como es obvio, no será así. Entre los defenestrados hay oficiales buenos, regulares y malos. Y lo mismo se encontrará entre quienes los reemplazarán. Lo único que se ha confirmado, una vez más, es que la meritocracia no es un criterio que cuente en la PNP, sino el muy arraigado amiguismo y clientelismo.

Y para los que comparan este Gobierno con el de Valentín Paniagua, deberían recordar que el entonces ministro del Interior, Ketín Vidal, se comportó prudentemente, sin realizar cambios bruscos, a pesar que se venía de una década de control de Vladimiro Montesinos. Eso lo dejó para el siguiente Gobierno elegido en las urnas.

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