Hasta hace una semana, Francisco Sagasti parecía perfilarse como un presidente intrascendente, ajeno a los intereses de la población, desconocido. Su estrategia de comunicación con el público había tenido serias deficiencias. El éxito de su discurso inaugural en el Parlamento estuvo circunscrito a un segmento pequeño de la población, asunto que luego reflejaron encuestas donde destacaba el porcentaje de peruanos que no tenía una opinión sobre él.
Por otro lado, su debut en conferencias de prensa estuvo lleno de tropiezos, con una agenda demasiado larga que hizo que la cita durase mucho más de la cuenta y que ningún mensaje llegase a calar entre los confundidos espectadores.
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Hasta la semana pasada, el discurso de Sagasti se había concentrado en resaltar la necesidad de devolverle la confianza a las personas en la política, en que se puede tener gobernantes decentes y en que no todas las personas que se dedican al servicio público lo hacen para llenar sus arcas o buscar beneficios individuales. Sin embargo, no había nadie dispuesto a escucharlo. Luego de décadas de presidentes mentirosos y ladrones, la gran mayoría de peruanos no cree en los dichos de los políticos. Es, por tanto, imposible basar una estrategia de comunicación en autodenominarse el bueno de la película. La ciudadanía espera hechos.
En esa línea, desde esta semana, el presidente Sagasti tiene una oportunidad única de conectar con la población, en un tema relevante, urgente y verificable para esta: la pandemia. Como sabemos, el trabajo silencioso de negociación con los laboratorios finalmente rindió frutos y el Perú logró firmar un contrato para obtener vacunas contra el COVID-19. Al Gobierno le quedan seis meses de gestión, pero la agenda debería estar clara. El foco de la comunicación y el esfuerzo visible de los funcionarios de su administración debiera ser la prevención, tratamiento e inmunización contra el virus.
Ello no significa, por supuesto, que el Gobierno no trabaje en nada más. El Estado Peruano es un monstruo complejo y nuestro país está lleno de necesidades impostergables. Sin embargo, el interés de la población por la política es sumamente bajo, y la credibilidad de los políticos es más baja aún. Por ello, es indispensable elegir un solo tema como caballito de batalla, en especial para una gestión tan corta.
Un ejemplo de cómo esta sería una estrategia exitosa fueron las reacciones a mensaje de minuto y medio del presidente al anunciar la llegada de las vacunas: conciso, con un solo punto y sin mensajes gaseosos. Esa es la fórmula.
Por supuesto, la ejecución de este enfoque no es sencilla, porque implica mostrar resultados –no salir a florearnos como Martín Vizcarra–, tener una excelente lectura del ánimo de la opinión pública y muy buenas habilidades de comunicación. Este es otro motivo para que el foco del Gobierno esté en la pandemia: no le va a alcanzar la capacidad para lograr esta combinación en más de un tema y aún hay muchísimo por trabajar en ese campo.
Recordemos que no basta firmar contratos para que la pandemia desaparezca. Ya estamos en un rebrote y lo más probable es que antes de que se apliquen las vacunas de forma masiva, estemos en una segunda ola. Ello implica que decenas de miles de peruanos corren el riesgo de morir por el COVID-19. Sigue pendiente lo que no hizo el gobierno anterior: campañas masivas de comunicación educativa sobre buenos hábitos, reforzar el primer nivel de atención para tratamiento temprano del COVID-19 y afinar la logística para la aplicación de las vacunas. Si el presidente Sagasti logra hacer y comunicar asertivamente estas tres cosas, no debería tener problemas en quedar en el lado positivo de la memoria colectiva nacional.
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