Se acaban de cumplir 80 años de la publicación en Estados Unidos de “Camino de servidumbre”, de Friedrich Hayek. El libro se convirtió casi instantáneamente en un clásico y, a pocos días de su publicación, surgieron pedidos para traducirlo al español y a otros idiomas.
Como cualquier clásico, el libro de quien fue premio Nobel de Economía fue influyente en su momento y lo ha seguido siendo a pesar de los tiempos cambiantes. Teniendo a la dictadura nazi y al cataclismo de la Segunda Guerra Mundial en mente, Hayek advirtió contra la planificación central. Tenía la preocupación de que la mentalidad colectivista en democracias como la del Reino Unido terminara con la libertad y pudiera conducir al totalitarismo, como ocurrió en Alemania.
La primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, hizo saber que las ideas de Hayek las compartía su gobierno al tomar el poder en 1979. Ese mismo año, Hayek visitó el Perú cuando la transición a la democracia ya estaba en marcha. Hayek insistió en esa visita en que no hay que idealizar la democracia ni igualarla a la libertad. Dijo que la democracia no es un fin en sí mismo, sino un medio en el que el poder debe ser limitado, y el Estado de derecho, apoyado. De esa manera resguarda la libertad del individuo.
Las ideas de Hayek influyeron mucho en el Perú. Mario Vargas Llosa lo cita entre los tres intelectuales que más peso han tenido en la formación de su filosofía económica y política. Y no hay ninguna duda de que, desde los 90, las ideas Hayekianas pusieron al Perú en buen camino.
Felizmente, lo que Hayek temía que podía ocurrir en las democracias más avanzadas no ocurrió. Es más, el comunismo totalitario colapsó en los 90, así como la planificación central a escala mundial. Las advertencias de Hayek ayudaron.
Pero sus advertencias siguen cobrando relevancia en un mundo en el que demasiados países están optando por caminos iliberales. ¿Qué dijo Hayek? Dijo que la planificación central, aun si fuera implementada bajo democracia, es incompatible con la libertad.
Es así porque “un plan económico envuelve la elección entre fines en conflicto o competitivos: las diferentes necesidades de las diferentes personas”. Solo los políticos o los técnicos tendrán el poder de tomar decisiones. Por lo tanto, “es inevitable que ellos impongan su escala de preferencias a la comunidad para la que planifican”.
Las decisiones que afectan a todos tienden a ser discrecionales, favoreciendo a algunos más que a otros y vulnerando así el principio de igualdad ante la ley. En la práctica, los deseos de una minoría se imponen a los demás. La planificación central termina destruyendo tanto la democracia como la libertad.
Para Hayek, la planificación central garantiza el poder arbitrario. Tiene que ser así porque todos tenemos fines muy distintos unos de otros. Por eso, quienes adhieren una mentalidad colectivista cometen el siguiente error destacado por Hayek: “El efecto del acuerdo general respecto de la adopción de una planificación centralizada, sin un acuerdo sobre sus fines, sería como si un grupo de personas se comprometiesen a pasar un día juntas, sin lograr acuerdo sobre el lugar preferido, con el resultado de que todas se verían forzadas a una excursión que la mayor parte de ellas no desearían en modo alguno”.
Los venezolanos se han dado cuenta de que escogieron el camino de servidumbre bajo la democracia y han terminado con un totalitarismo que no deseaban. México también se está encaminado en esa dirección y otros líderes latinoamericanos quieren lo mismo.
La excepción bienvenida es Argentina, cuyo presidente, Javier Milei, ha leído y entiende bien a Hayek, y está intentando sacar a sus conciudadanos de la servidumbre. Después de 80 años, vale la pena leer y releer el clásico de Hayek.