El salvaje atentado de terroristas islámicos contra el semanario satírico francés “Charlie Hebdo”, sin duda tendrá enormes repercusiones sobre la política en Europa y el mundo entero. Ya en noviembre pasado, en Alemania, más de la mitad de encuestados consideraba que los musulmanes son una amenaza, en un país en el que el 5% de la población es seguidora de Mahoma. Por eso el grupo anti islámico Pegida logró convocar miles de manifestantes, aún antes de los atentados de París. Y, en Francia, el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen tiene 25% de simpatías.
Precisamente uno de los objetivos de los terroristas es azuzar el miedo y el odio de los xenófobos para provocar reacciones contra los árabes, turcos y musulmanes, con la expectativa de que a su vez ellos respondan con ira. Como dirían los marxistas, se trata de agudizar las contradicciones, en este caso culturales y religiosas, ya no de clase.
Hace más de veinte años, inmediatamente después del derrumbe y desintegración de la Unión Soviética, el cientista político norteamericano Samuel Huntington publicó un precursor artículo titulado “Choque de civilizaciones” (Foreign Affairs, 1993) que ampliado y corregido se transformó tres años después en un libro de igual título con una enorme repercusión en el mundo entero.
La tesis fundamental de Huntington es que ahora los choques de civilizaciones son la mayor amenaza a la paz mundial, ya no los ideológicos o clasistas. Para los pueblos que buscan identidad y reinventan la etnicidad, dice Huntington, los enemigos son esenciales y esos enemigos están a lo largo de las líneas de fractura existentes entre civilizaciones. Las identidades culturales, que son identidades civilizacionales, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto después de la guerra fría.
Aunque muchos trataron de refutar ese audaz pronóstico, hoy día la realidad lo ha confirmado.
Otra polémica proposición de Huntington también le acarreó críticas y reproches: las fronteras del islam son sangrientas y también lo son sus áreas y territorios internos. Basaba su afirmación en un análisis estadístico de los conflictos en el mundo. Hoy día quedan pocas dudas de la veracidad de esa tesis.
Y como lo acaban de mostrar los atentados en París, las fronteras del islam se extienden al interior de Europa, donde viven millones de musulmanes.
Huntington también desafía lo políticamente correcto cuando destaca la propensión musulmana a la violencia y al militarismo: “La belicosidad y violencia musulmanas son hechos de finales del siglo XX que ni musulmanes ni no musulmanes pueden negar”.
A pesar de lo cual todos los días vemos y escuchamos, en el Perú y en el mundo, analistas que intentan esconder y disimular esa realidad.
Las causas de esta propensión a la violencia son religiosas, culturales e históricas, pero también demográficas. La explosión demográfica musulmana, la existencia de un gran número de varones de entre 15 y 30 años, a menudo desempleados, constituye una fuente de inestabilidad y violencia. Huntington estima que en la década del 2030, si hay desarrollo económico entre los musulmanes, el envejecimiento de la población podría disminuir esa inclinación a la violencia.
Huntington también critica el universalismo occidental que pretende imponer sus normas al resto del mundo: la democracia, el capitalismo, los derechos humanos, en suma, sus propios valores. Por eso se opuso a la invasión de Irak, que terminó no solo en un fracaso, sino que desestabilizó toda esa región y aumentó el odio contra Occidente.
Su recomendación a los líderes del mundo occidental es que no traten de remodelar otras civilizaciones a imagen de Occidente, cosa que escapa a su poder en decadencia, sino preservar, proteger y renovar las cualidades únicas de la civilización occidental.
El mundo es multicultural, concluye Huntington; un imperio planetario es imposible. Pero Occidente no debe ser multicultural, debe renovar y preservar su identidad.
Esta es una discusión intensa hoy, sobre todo en Europa, con minorías musulmanas en expansión que, en muchos casos, pretenden mantener sus identidades a la vez que gozar de los beneficios de las sociedades prósperas que los acogen. Es decir, no se asimilan a las sociedades que los albergan sino que se rigen por sus propios códigos y preceptos, como la sharia, la ley islámica. Esto minaría la civilización occidental amenazándola desde dentro. Este debate ya no es académico hoy en día.