Durante el período 2016-2020, los peruanos observamos una furiosa pelea entre fujimoristas y ‘ppkausistas’. Todos esperábamos que ambos bandos conciliaran reformas que facilitaran el despegue económico del país; sin embargo, estos grupos decidieron continuar una guerra sin cuartel que terminó sacándolos a todos del poder. A finales del 2020, el 99% de los políticos elegidos cuatro años antes se encontraban fuera del Ejecutivo y del Legislativo. La moraleja de esta historia es que todas las guerras fratricidas terminan bastante mal para todas las partes.
Hoy vivimos otra guerra política sin sentido. Muchos grupos liberales de derecha vienen haciéndole el juego a los extremistas, atacando sin piedad a los grupos liberales de izquierda. A estos últimos, en nuestro país, se les llama erróneamente “caviares”. Al utilizar esta expresión, muchos olvidan la primera palabra del término “izquierda caviar” (“gauche caviar”), que surgió en Francia para criticar a los socialistas y comunistas que buscaban la destrucción del capitalismo, pero que, mientras tanto, vivían como millonarios.
En la traducción peruana, esta expresión debería servir para designar a políticos como Vladimir Cerrón, quien promueve una revolución socialista en el país, pero –presumo– vive bastante bien con las exorbitantes sumas de dinero que tenía en sus cuentas de ahorro. También podría designar a políticos del grupo de Verónika Mendoza que viven como ricos cuando su fondo de comercio es precisamente la denuncia de los privilegios de estos grupos sobre los demás peruanos. Los que utilizan esta expresión siempre pueden argumentar que han adaptado la palabra “caviar” para referirse a los grupos de centroizquierda, pero deben saber que técnicamente la están usando mal.
Los caviares en nuestro medio son, principalmente, liberales de izquierda. Estos políticos, funcionarios o profesionales, respaldan el modelo económico neoliberal, pero piensan que el desarrollo económico debe estar acompañado del fortalecimiento de otras libertades individuales. En efecto, los liberales de izquierda defienden sobre todo las libertades políticas y sociales, por lo que se oponen ferozmente a cualquier forma de autoritarismo. La manzana de la discordia se encuentra en que estos también abogan por una mayor regulación por parte del Estado, mientras que los liberales de derecha defienden sobre todo las libertades económicas y, por ende, una reducción del rol regulador del Estado. En clave peruana, podríamos decir que unos defienden la promesa republicana y otros, el neoliberalismo económico.
Esta desatinada pelea entre facciones liberales (republicanos vs. neoliberales) debe terminar lo antes posible. No porque no existan legítimos desacuerdos entre ellos, sino porque el enfrentamiento entre estos bandos (con similar influencia política e intelectual) terminará lógicamente en su autodestrucción. La debacle de estos sectores democráticos dejaría el camino despejado para que los extremistas lleguen nuevamente al poder. Precisamente esos políticos que sueñan con sepultar nuestras libertades bajo la bota de algún tipo de autoritarismo, exactamente como lo soñó Pedro Castillo la mañana del 7 de diciembre del 2022.
En efecto, los verdaderos enemigos de nuestras libertades vienen cosechando respaldos gracias al naufragio de nuestra democracia. No olvidemos que los antauristas azuzan el resentimiento político de millones de peruanos en plazas y calles de todo el país. Por su parte, los conservadores de derecha vienen capturando todas las instituciones posibles para acomodar las cartas a su favor para las próximas elecciones. Los verdaderos liberales deben sacar pronto las lecciones de la guerra entre ‘ppkausistas’ y fujimoristas para mostrarse más tolerantes hacia los otros grupos políticos moderados.
Si somos totalmente honestos, el Perú, siendo un país tan difícil de gobernar, ha propiciado que ambos grupos hayan cometido muchos errores cuando estuvieron cerca del poder, por lo que resulta bastante suicida lanzar la primera piedra. Además, el país vive, hace siete años, una inestabilidad política extrema que viene haciéndonos retroceder en todos los aspectos claves para nuestro desarrollo.
Desde el 2016, nuestros políticos parecen haber perdido la razón al haber hecho volar en mil pedazos la tolerancia mutua entre adversarios y la contención institucional de la que nos hablaban los politólogos Levitsky y Ziblatt en su famoso libro “Cómo mueren las democracias”. Entonces, lo que importa en este momento es comprender que la agonía de nuestra democracia viene sembrando un campo fértil para el regreso de gobiernos populistas y autoritarios. Los grupos más razonables de nuestra política deben darse cuenta de que han escogido el peor momento para la ley del ojo por ojo, diente por diente, y volver a la tarea siempre renovada de impedir que nuestro país sucumba ante el asedio del próximo incendiario de turno.