Por estos días parece que no existiera una delimitación de qué es la identidad peruana, cada vez más confundida entre personajes irreconocibles. Las dinámicas de la política y las ganas de arruinar todo tipo de iniciativa positiva por culpa del personalismo y las preferencias políticas nos hacen insensibles a los problemas del país.
En el sector salud, por ejemplo, tenemos tristes avances debido a planes sin ejecución, postas y hospitales truncados. Vivo en Ica, una ciudad plagada de dengue en época de verano. Aquí se manejan las epidemias sin base científica esperando a que el frío mejore la situación.
Parece que es una costumbre tener ciudades sin planificación. Todavía hablamos de reducción de la pobreza mientras, al mismo tiempo, reprimimos todo tipo de inversión e ideas.
En este constante laberinto, pensamos, ¿cómo mejorar algo que parece anotarse fracasos cada día? El liberalismo y el conservadurismo se quedan cortos, pues faltan reconocer muchas cosas en el Perú. Por ejemplo, hay que empezar reconociendo que somos un país plural, una república que va más allá de Lima.
Nuestro país necesita, pues, de vacunas vitales, dosis de estímulos, más plantas para más sombra. El sol nos amarga mucho los días, pues no es lo mismo veranear en Paracas que vender agua en el calor de las vías. Necesitamos más educación para una mejor comprensión, para que exista menos violencia entre peruanos y más empatía.
El Perú, pues, necesita nueva gente, nuevas personas. Probablemente ni usted, querido lector, ni yo podremos cambiar todo esto, pero tenemos a pequeñas personitas en casa que son el futuro. A ellos podemos formarlos en empatía para que todo sea un poco diferente mañana y dejemos de ser un país en cuidados intensivos.