Garcilaso: cuatrocientos años, por Luis Millones
Garcilaso: cuatrocientos años, por Luis Millones
Luis Millones

La lectura de los “Comentarios reales” no necesita la conmemoración de los cuatrocientos años de la muerte de su autor para reiterar la necesidad de hacerla. Lo que hay que reconocer es que, en cierta medida, el éxito de su primera parte ha oscurecido la importancia de la segunda: “Historia general del Perú”, lo que resulta injusto con el escritor, que vio esos dos escritos como una sola obra. 

Su importancia no solo radica en que Garcilaso fue testigo de parte de los hechos narrados, o que recibió noticias de sus contemporáneos. A ello hay que sumar las reflexiones globales que le permiten su mirada al Tahuantinsuyo, incluso después de su derrota militar. 

Uno de los contrastes entre ambas partes nace del tono apologético que rezuma la descripción idealizada de los incas antes de Atahualpa, denigrado por su rol de usurpador de la mascapaicha que, de acuerdo con el escritor, correspondía a Huáscar. En la segunda parte, con los españoles en territorio andino, su relato se centra más en los hechos militares y políticos, los personajes asoman con más presencia que la descripción de las instituciones o los paisajes.

Se podrían elegir muchos textos en que estas características se hacen presentes, pero nos interesa el discurso atribuido a Manco Inca luego de la sublevación contra los europeos, en lo que se ha llamado el cerco del Cusco. Este largo episodio, que duró del 6 de mayo de 1536 al 18 de abril de 1537, terminó con la derrota del inca. Se recogió entonces en Vilcabamba, fuera del alcance de sus enemigos, reconstruyendo en este exilio un espacio de retiro, en el que moriría asesinado por unos españoles que huían de sus propias querellas refugiados en ese lugar.

Garcilaso de la Vega pone en boca de Manco Inca una larga proclama con la que finaliza la guerra que trataremos de entender: “Ahora veo cumplida por entero la profecía de mi padre Huayna Cápac, que gentes no conocidas habían de quitarnos nuestro imperio, destruir nuestra república y religión”. 

El cronista se refiere a tres conceptos diferentes. Al decir imperio está mencionando el poder político que tenía el Tahuantinsuyo. Como república alude a la organización de sus vasallos y a la pax incaica, de la que se precia en la primera parte de los “Comentarios reales”. Y como religión se refiere al conocimiento, real o imaginario, de la moral, semejante a la cristiana, que habría sido alcanzada por los incas. 

Estos conceptos se hacen explícitos cuando, a continuación, Manco Inca da cuenta de que, a la llegada de los españoles, “enmudecieron nuestros oráculos que es señal que se rindieron ante los suyos”. Aquí hay varios conceptos superpuestos. En primer lugar, pareciera que solo es una muestra de sumisión al poder de los dioses extranjeros, pero las huacas (o divinidades andinas) se comunicaban a través de sus servidores religiosos (“ministros ”, en el lenguaje colonial), algo que es una de las primera quejas de los conversos recientes: las imágenes cristianas de las iglesias son “mudas”.

Más adelante, Manco Inca hace mención a las batallas que se definieron en favor de los españoles. Su derrota solo se explica por la intervención divina: “Cuando más apretados los teníamos, salió aquel hombre que traía el relámpago, trueno y rayo en la mano, que nos destruyó a todos. Luego vimos de noche aquella hermosa princesa con un niño en sus brazos que, con la suavidad del rocío que nos echaba en los ojos, nos cegó y desatinó de manera que no acertamos a volver a nuestro alojamiento, cuanto más pelear con los viracochas”.La identificación de Santiago con el dios Illapa ha sido puesta en evidencia desde el siglo XVI. En cambio, desconcierta mucho más la aparición de la Virgen María, que cegaba con “rocío” a los indígenas y los entorpecía, quitando su capacidad de lucha.

Finalmente, todos estos milagros cristianos tienen una explicación comprensible a la audiencia del inca: “Lo sucedido no son obras de los hombres, sino del Pachacámac; y pues él los favorece y a nosotros desampara, rindámonos de grado, no veamos más males sobre nosotros”. Es el dios de los incas quien ha decidido su suerte; si es así, Manco acepta el exilio. Este el fin del imperio que nos relata Garcilaso.