(Foto: Reuters)
(Foto: Reuters)
Elda Cantú

Cuando todavía no terminaban de contarse los votos que hicieron a Andrés Manuel López Obrador el nuevo presidente electo de México, ya sabíamos cómo iba a conformar su Gabinete. Ese lunes 2 de julio empezó a circular con los nombres y perfiles de sus futuros secretarios. Mientras a unos les llamaba la atención que un gobierno que convocaba a la unidad no esperara unos meses para negociar y acordar con las otras fuerzas políticas del país la definición de los puestos más importantes de su gobierno, a otros nos entusiasmaba la composición del Gabinete: ocho mujeres y ocho hombres.

Las carteras de Interior, Desarrollo Social, Medio Ambiente, Energía, Economía, Trabajo, Cultura y Función Pública de México van a estar a cargo de mujeres. Semanas antes, el gobierno de Pedro Sánchez, en España, había anunciado un Gabinete compuesto por 11 mujeres y 8 hombres. Un récord que, , hasta entonces tenía Finlandia, ese país anómalo y envidiable en cuestiones de género.

Una mujer en el poder, escribí la semana pasada, no es por sí sola garantía ni muestra de las virtudes de su género. Ni de sus defectos. Es solo una anomalía estadística. Pero un montón de mujeres en el poder –y más precisamente, un 50% de ellas en el poder– representa una escala con repercusiones significativas.

Las politólogas Susan Franceschet y Karen Beckwith tienen un nombre para este hito en la vida pública de los países. Lo llaman el suelo de concreto. “Es el umbral mínimo de inclusión femenina para que las personas perciban que el Gabinete de un líder es democráticamente legítimo ––. A diferencia del ‘techo de cristal’, esa barrera sutil e invisible que ha mantenido a las mujeres fuera de las posiciones de poder, el suelo de concreto que asegura su inclusión en el gobierno, es visible y reconocible para todos los líderes que estudiamos”.

Las expertas han estudiado siete democracias en las que se ha instalado ya este suelo y han encontrado que una vez que se incluyen más mujeres en el Gabinete (una decisión que no solo toman los gobiernos de izquierda), los gobiernos subsiguientes (así sean de la oposición) tomarán ese suelo mínimo para elevarlo. Ha sucedido así en Australia, en Chile y –hasta la llegada de Trump a la presidencia– también en Estados Unidos. Nombrar más mujeres al frente de un ministerio no significa menos talento, lealtad ni experiencia, el año pasado. Y tanto en el gobierno como en la iniciativa privada, una dinámica en donde la participación femenina no sea una cuota ni una excepción tiene ventajas.

La socióloga , profesora de la Escuela de Negocios de Harvard, demostró que el comportamiento de las mujeres y otras “minorías” en las organizaciones depende del diseño de las estructuras, las oportunidades y el poder. Cuando a una mujer se le asigna un rol solo por su condición simbólica de género, dice Kanter en “Algunos efectos de la proporción en la vida grupal”, esta tiende a adoptar uno de cuatro roles: madre, mascota, dama de hierro o seductora. Sus capacidades individuales y profesionales se ven coartadas por la presión de la mayoría. No es hasta que deja de ser una ‘outsider’, una minoría, que su comportamiento se normaliza y es capaz de mejorar su desempeño y alcanzar un éxito que se corresponde mejor con sus habilidades individuales.

Hace unas semanas, un diario español cometió el error de ocuparse del guardarropa y estilismo de las nuevas ministras de Sánchez en lugar de contemplar su hoja de vida. Pensemos que ha sido una torpeza asociada con la novedad de este arreglo político. Afortunadamente, ni España ni el próximo gobierno de México están solos en el campeonato de gabinetes paritarios. Además de esos países, Canadá, Bulgaria, Francia, Nicaragua y Suecia alcanzan el umbral del 50%. Ojalá pronto haya más oportunidades de mirar más allá de los peinados de las ministras y empezar a evaluar sus capacidades y desempeño al servicio de los ciudadanos.