Oswaldo Molina

En una coyuntura como la actual, en la que nuestro país parece secuestrado por una clase política alejada de los intereses nacionales, no es difícil comprender el creciente y preocupante desapego de la población hacia la democracia (de hecho, solo uno de cada diez peruanos se siente satisfecho con nuestra democracia, según el Latinobarómetro). Sin embargo, esto en realidad es solo la expresión de un problema incluso mayor: la falta de que existe entre los peruanos. Y la confianza es precisamente el elemento central en las relaciones humanas, la cooperación social y el funcionamiento de las instituciones. En pocas palabras, es la base sobre la que se construyen todas las interacciones sociales, incluyendo las económicas. Por ello, es particularmente duro comprobar la poca confianza que tenemos los peruanos entre nosotros.

Ilustración: Giovanni Tazza
Ilustración: Giovanni Tazza

De acuerdo con una encuesta internacional elaborada por Ipsos en 30 países, el Perú, con solo un 17% de peruanos que confía en la mayoría de las personas, aparece como uno de los seis países con menor confianza interpersonal.

Ahora bien, ¿qué implicancias puede tener esto sobre nuestra sociedad y la ? Para Mike Hardy, académico británico premiado por mediar en conflictos internacionales, existen dos tipos de confianza: entre las instituciones y entre las personas. Los países prósperos –señala el académico– son aquellos que justamente tienen una elevada confianza en ambas dimensiones. Sin esto, el camino hacia el progreso y el bienestar general es mucho más empinado y difícil de recorrer. No obstante, como él mismo señala, la confianza es frágil: construirla puede tomar años, pero puede perderse con facilidad y con solo una acción. En un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), los autores Carlos Scartascini y Philip Keefer van incluso más allá y señalan que la confianza es clave para la cohesión social y el crecimiento en nuestra región. De acuerdo con ellos, la confianza tiene un gran impacto sobre los motores asociados al crecimiento económico y la reducción de la desigualdad. Así, menores niveles de confianza limitan el libre movimiento de los trabajadores, el capital y las ideas hacia empresas más productivas, aumentan la inestabilidad política y postergan las decisiones de inversión. De hecho, ellos encuentran que los incrementos de productividad contribuyen menos al crecimiento económico en los países con baja confianza en comparación con aquellos países donde existe un mayor nivel de confianza entre los ciudadanos. De manera semejante, Deloitte encuentra que un aumento en la proporción de personas que confían dentro de un país aumenta directamente el crecimiento anual del PBI real per cápita.

En nuestro país, la falta de confianza se ve reflejada en nuestra notoria incapacidad para llegar a acuerdos básicos sobre el país que deseamos construir, así como en la persistencia de instituciones débiles, más enfocadas en detener actos ilícitos que en promover el desarrollo. En nuestro día a día, vivimos más preocupados por esquivar a Pepe el Vivo que en encontrar pares con quienes cooperar.

Sin confianza, no nos vemos como semejantes con un destino común, sino que nos observamos con recelo y distancia. Y así no se pueden hacer negocios ni se puede construir una sociedad cohesionada. En última instancia, no se puede construir un país. El camino para cambiar esta situación es largo, porque la única manera de construir confianza es dando confianza, en muchos casos sin esperar nada a cambio. Dar confianza en nuestro ámbito (en nuestra familia, trabajo, negocio, club social), aun cuando eso no sea lo que observamos más allá.

Oswaldo Molina es Director ejecutivo de la Red de Estudios para el Desarrollo (Redes)