La polarización nos impide ver el panorama con claridad y ante la incertidumbre buscamos referentes que refuercen nuestros puntos de vista. Este es un mecanismo de defensa natural cuando uno siente que todo se desmorona. Sin embargo, cuando la realidad se encarga de enrostrarnos que no tenemos un buen diagnóstico, y se siguen acumulando los muertos, es un deber moral dudar, contrastar, escuchar.
Por eso les propongo un ejercicio. Dejemos de lado aquello que nos enfrenta y tratemos de establecer puntos mínimos que nos parezcan sensatos, si no a todos, a casi todos, y partamos de ellos para encontrar soluciones:
1) Ni un muerto más. Desde que empezó el gobierno de Dina Boluarte, la única estrategia para reprimir la violencia ha sido el uso de la fuerza. Más de 40 muertos después el orden no se ha restablecido y a los oportunistas que quisieron aprovechar el laberinto para pedir la liberación de Pedro Castillo se le ha sumado una masa de gente que se siente humillada. Hay quienes desde un principio condenaron las muertes y hay quienes las consideraron necesarias. Más allá de quién tenga razón, hay un hecho insoslayable: la muerte de esos peruanos no resolvió nada. No tranquilizó a nadie. No desbloqueó ni una carretera. Obligar al Estado a que preserve la vida humana es una manera de presionarlo para que diseñe estrategias que empiecen a dar algún resultado. “Ni un muerto más” no es una consigna cualquiera, es un llamado que deberíamos hacer todos para que la vida recupere su valor.
2) Identificación y cárcel para quienes han estado azuzando la violencia. El Ejecutivo ha señalado que los responsables de tanta destrucción son representantes de economías ilegales y grupos terroristas. Evidencia hay de que estas protestas tienen un componente delincuencial. Sin embargo, no todos los movilizados pertenecen a estas mafias y no toda la protesta está manejada por ellos. Las desgarradoras imágenes del velorio de los 17 muertos de Puno dan cuenta de una población conmovida, no de una banda de terrucos con bombas. Por eso, es indispensable que los servicios de inteligencia identifiquen a quienes quieren destruirlo todo. Y cuando hablamos de responsables, nos referimos también a los que se esconden tras sus curules o tras las hilachas de lo que fueron sus fajines ministeriales.
3) Es indispensable que se establezcan responsabilidades políticas. El Gobierno ya tendría que haber asumido que el manejo de la situación es un desastre y que requiere de nuevos actores capaces de sacarnos del atolladero. Hasta ahora, los ministros de este Gabinete se han ido porque no están dispuestos a avalar una política represiva tan brutal (la exministra de la Mujer y el exministro de Trabajo), o para evitar la censura del Parlamento (el ministro del Interior). En ningún caso como un reconocimiento de un fracaso total ante el intento de restablecer el orden. Hacerlo no solo es un deber moral sino que sería una señal de que se van a hacer las cosas de otra manera.
4) Adelanto de elecciones con un calendario realista y acorde a la urgencia que vive el país. No es momento para que este Congreso, desprestigiado e indolente, haga reformas. Si se le ha negado a los que reclaman una asamblea constituyente, resulta no solo un despropósito, sino una burla que los miembros de este Parlamento pretendan impulsar cambios tan impopulares como la reelección o la bicameralidad que, independientemente de que sean necesarias, solo generarían más insatisfacción y descontrol.
Para los que creen que adelantando elecciones se beneficia a los radicales, les sugiero que evalúen el último discurso de Dina Boluarte. En este, la presidenta se esmera por satisfacer a los que solo ven en las protestas terrucos y delincuentes, convirtiendo a los que protestan en “los otros” a los que hay que bombardear cuando lleguen a Lima. Ni el incremento desmedido de la violencia ni los muertos la han hecho dudar de su pobre lectura de la realidad. Al contrario, la han envalentonado. Si ella no duda, ya viene siendo hora de que dudemos nosotros.