Giulio Valz-Gen

L a anterior no ha sido una mala semana para el de la presidenta . Si consideramos que el objetivo más importante de su gestión es sobrevivir (que nadie se confunda, por favor), entonces, aparecer en uno de los foros internacionales más relevantes del mundo, recibir facultades delegadas del Congreso y sortear el pedido de censura de uno de sus ministros parece un buen negocio político.

Más allá de las críticas recibidas por los errores no forzados cometidos en su visita a Nueva York, la presidenta logra su segunda aparición internacional y, al menos, empieza a insertar al Perú en esa liga. Llegar a esta situación no es una casualidad. Hubo un plan de posicionamiento que se materializó con la ley aprobada por el Congreso que, cuestionada o no, permite a la mandataria viajar al exterior pese a no contar con un vicepresidente.

Hubo errores en la ejecución, como la mención a la foto del presidente estadounidense, Joe Biden, y su esposa, o permitir una irrupción violenta en una de sus presentaciones, pero, de ahí a calificar la gira como un fracaso es creer que la burbuja de X (el otrora Twitter) es la realidad. Quizá si el equipo de la presidenta no le hubiese hecho caso a todo lo que se decía sobre su limitada agenda (como la comparación con la del presidente Lasso de Ecuador), le hubiese ido mejor.

A Boluarte le bastaba la foto con el fondo de piedra verde de la sede de la Asamblea de las Naciones Unidas y la de la entrada al cóctel ofrecido por el mandatario estadounidense. Nada más. Los errores no forzados cometidos son producto de la mediocridad de su equipo y de ella misma.

El 28 de julio, la presidenta se presentó ante el Congreso como si fuera la líder de un gobierno de estreno. Por eso, pidió facultades delegadas, como suelen hacerlo los presidentes que acaban de pasar por una campaña electoral. La materia principal elegida fue la seguridad ciudadana y la prevención de desastres por la posible llegada de El Niño.

Como he mencionado antes en este espacio, para el Ejecutivo, el fondo de las normas no parece tan relevante como el gesto político. En cualquier caso, gracias a su alianza con diversas bancadas del Legislativo, el binomio Boluarte-Otárola ha obtenido lo que quería. Nuevamente, no estamos ante un superplan, sino ante un gesto político que permite a Palacio establecer una narrativa para tratar de asemejarse a un gobierno “normal”. Sería una sorpresa (positiva) que el Gobierno llegue a aprobar alguna norma que implique una reforma real en beneficio de la ciudadanía. Montar un show con el tema de las declaraciones de emergencias en los distritos de Lima no es un buen presagio.

El hecho de que el ministro de Energía y Minas, Oscar Vera, se haya salvado de una censura es otra buena noticia para el Gobierno (no digo para el país). Keiko Fujimori ya había pedido su cabeza desde junio, pero su bancada no ha logrado articular los votos necesarios para su objetivo. Haber pretendido que Petro-Perú, una empresa quebrada que si no tuviese corona estaría en un proceso concursal, opere lotes me parece un disparate suficiente como para una censura. Pero bueno, qué acuerdos habrá por ahí. Recordemos que la petrolera estatal ha sido la caja de varios gobiernos y la de un grupo de tecnopolíticos (más políticos que técnicos) de izquierda que no quieren dejar de exprimir lo que queda de la empresa.

Con todo lo que se le puede criticar al binomio, viene dando algunos pasos hacia una ruta de aparente normalidad en un país lleno de problemas. El costo de la estabilidad es su sumisión a un Congreso que navega en impunidad. Habrá que seguir de cerca cómo se mueve esa balanza y cuáles son sus límites.



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Giulio Valz-Gen es analista político