Janice Seinfeld

Los habitantes de América Latina y el Caribe podrían vivir entre tres y cinco años más si sus países, con el mismo dinero que invierten hoy en , mejoraran la forma como gastan dichos fondos. Así lo sostiene el reciente estudio del Banco Interamericano de Desarrollo titulado “inteligente en salud: cómo hacer que cada peso cuente”.

Como refiere el informe, los recursos públicos para salud siempre serán limitados. Más aún en países como los nuestros con poca recaudación fiscal y altas tasas de informalidad, altos niveles de deuda (agravados por la pandemia del COVID-19) y que hoy se enfrentan al alza de la inflación y a una confirmada recesión. Al mismo tiempo, los sistemas de salud están cada vez más presionados por el progresivo envejecimiento de la población y el aumento de la prevalencia de muchas enfermedades crónicas. “Ahora, más que nunca, la región necesita gastar de forma más inteligente en salud”, sentencia el documento. Para el caso específico del Perú, añadiría que este gasto inteligente requiere forzosamente de una adecuada gestión y en el Perú no estamos haciendo bien la tarea.

El gasto inteligente en salud se refiere a aquellas políticas que obtienen el mayor valor sanitario posible para la población partiendo de un presupuesto determinado. Esta óptica podría, por supuesto, abarcar infinidad de elementos, pero la propuesta se enfoca en tres áreas clave: comprar insumos o servicios de salud adecuados, gastar menos en insumos o servicios inadecuados y lograr mejores acuerdos. Es decir, mejorar la administración y la gestión de las adquisiciones, pagar precios más bajos por productos o servicios similares –para lo que se requiere poder negociar con los proveedores– y agrupar las adquisiciones para hacer más eficiente la compra.

De existir voluntad política y capacidad técnica para hacer bien las cosas, los expertos sugieren medidas como fundamentar la política con datos de costo-eficacia; calcular los costos de oportunidad y lo que implican estas decisiones; trabajar con instituciones y procesos de evaluación de tecnologías sanitarias; diseñar y utilizar paquetes de prestaciones sanitarias; reducir el despilfarro operativo y administrativo; y, por supuesto, combatir el fraude, el abuso, la corrupción y los conflictos de intereses.

Las necesidades de salud son infinitas y los recursos, acotados. Por eso me parece importante resaltar la necesidad imperante que tenemos en el Perú de tener capacidades técnicas que favorezcan las compras eficientes y oportunas, así como de fortalecer el primer nivel de atención en salud. Es ahí donde se debe trabajar en prevención y diagnóstico temprano. Solo así lograremos un mejor manejo de las enfermedades, mayor calidad de vida y menor gasto para el sistema.

De no tomar en cuenta estas recomendaciones, tendremos una población sin soporte ni acceso a tratamientos, o empobrecida porque debe pagarlos de su bolsillo. En el informe se cuenta cómo en Indonesia la evaluación de tecnologías sanitarias –un insumo fundamental para la toma de decisiones de priorización explícita– permitió ahorrar US$31 millones al eliminar medicinas que no eran efectivas y reinvertirlos en intervenciones que añadían mayor salud a la población. De igual modo, en Vietnam se identificó que el 78% del gasto que se realizaba en medicinas era ineficiente, innecesario o directamente perjudicial.

Para el caso peruano, me parece interesante vincular este aporte con el informe “Perú 2050: tendencias nacionales”, que elaboró el Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (Ceplan) en el 2020. Ahí desagregan las tendencias sociales, económicas, políticas, ambientales, tecnológicas y de actitudes, valores y ética. Desde esos pilares, si aterrizamos al tema de salud, el mayor envejecimiento de la población llevará a que sigan aumentando las enfermedades crónicas y degenerativas que requieren tratamientos continuos, como la hipertensión, la diabetes y el cáncer.

Complementariamente, con el cambio climático serán más frecuentes eventos como el ciclón Yaku y, con ello, epidemias de enfermedades transmisibles como el dengue. Si a eso le añadimos la persistente inestabilidad política del Perú y tener instituciones cada vez más debilitadas, el escenario no pinta promisorio.

Todos estos problemas de salud demandan una gestión rápida y eficiente para hacer prevención, promoción y para brindar tratamientos oportunos cuando sean requeridos. Ese es el gran reto al que tenemos que ponerle foco en estos momentos.

Como precisa el informe del BID, “las políticas públicas pueden mejorar los resultados en salud, la equidad y la protección financiera de muchas formas, y el gasto inteligente es una de ellas. Otros factores relacionados con la mejora de los resultados en salud son la mejora de la gobernanza, la transparencia y la rendición de cuentas, así como la mejora de los incentivos, la planificación y la administración del personal del sector de la salud”.

Necesitamos un cambio fundamental en la forma como financiamos, administramos y asignamos nuestros recursos en salud. En otras palabras: ¿qué tan inteligentes y eficientes queremos ser?



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Janice Seinfeld es fundadora y presidenta del Directorio de Videnza Consultores

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