El Perú es un país centralista cuya élite económica, cultural y social, localizada principalmente en Lima, tiene privilegios que son transmitidos de manera intergeneracional y excluyente, lo que deviene en una concentración de poder en un grupo reducido de la población. De hecho, la PEA que se desarrolla en la formalidad es solo el 23%. En nuestro país, la discriminación, el racismo y el clasismo son la norma, muchas veces de manera inconsciente. Esta es una realidad incómoda. Y muchos de ustedes pensarán que exagero. Pero deténganse a pensarlo. En el Perú, además, tenemos la costumbre de cuestionar en los pasillos y a media voz. Nos es muy difícil enfrentar críticas y levantar la voz. No nos gusta comprarnos pleitos. Pero ha llegado el momento de entender la urgencia de involucrarnos.
De acuerdo con un estudio del Centro Wiñaq para InPerú, en nuestro país existe un sector de la población que representa a no menos del 15% que se identifica con Pedro Castillo y que quisiera que regrese al poder. Castillo, o probablemente alguien como Castillo. Pero más preocupante aún es que hay un 30% que cree que los problemas del país se solucionarán a través de una asamblea constituyente. Dina Boluarte encabeza un gobierno débil en un escenario de nulo crecimiento económico y aumento de la pobreza y que, además, es percibido como de derecha, con lo que podemos prever que las elecciones del 2026 estarán sumamente polarizadas.
Lo anterior es consecuencia del fracaso del ejercicio de la política en nuestro país. Que, en lugar de facilitar la construcción de un Estado que garantice el acceso a servicios básicos y brinde igualdad de oportunidades a la población para que logre condiciones de vida dignas y seguridad, el ejercicio mediocre y cortoplacista de la política ha limitado el desarrollo del país, generando conflictividad social, polarización y desesperanza. La degradación de la política ha sido tal que, en los últimos siete años, hemos tenido seis presidentes y tres congresos.
Nuestra clase política ha generado lo que los politólogos llaman el vaciamiento de la democracia. La pérdida de confianza en el sistema democrático hace que solo el 8% de los peruanos esté satisfecho con la democracia que existe en el país y el 52% justificaría o estaría muy cómodo con un golpe de Estado militar. Es difícil predecir cuánto durará un presidente en el poder. Y si solo nos detuviésemos a pensar que es imposible una democracia donde se presentan 20 candidatos a la presidencia, con un Congreso que ha sido capturado por las economías ilegales e informales y un sistema de justicia que no ofrece garantía alguna de justicia, ¿tiene realmente solución la política en el Perú?
Esta fue la pregunta que hicimos desde Capitalismo Consciente Perú y para responderla convocamos a más de 560 líderes de la empresa privada, la sociedad civil, la academia y la política. Trescientos cincuenta aceptaron nuestra invitación y logramos llegar a 21 regiones del país y a todos los segmentos de la población a través de 34 reuniones. Una de las conclusiones fue la necesidad de encontrar consensos mínimos que hagan del Perú un país viable.
Pero el Perú es uno de los países más desconfiados del mundo y, sin confianza, es muy difícil llegar a acuerdos básicos. ¿Cómo generar confianza si el 48% de los ciudadanos en el Perú cree que los empresarios hacen más daño que bien al país? (Ipsos por encargo de Capitalismo Consciente Perú y Konrad Adenauer Stiftung KAS Perú). Esto es gravísimo, porque atenta directamente contra el modelo de economía social de mercado vigente en el país. Si queremos recuperar la confianza de los ciudadanos necesitamos que nuestros líderes empresariales asuman el reto de ejercer un verdadero liderazgo consciente y salgan a la cancha. Es lo que el 66% de los ciudadanos está demandándole a sus líderes empresariales: que sienten posición pública y visible sobre los problemas sociales que afectan a los peruanos. Pero eso, por sí solo, no basta. Los líderes empresariales deben hacer empresa de manera consciente, alejándose de las malas prácticas que nos han llevado a donde estamos. Porque la mujer del César no solo tiene que parecerlo, sino, sobre todo, tiene que serlo.