Un día cualquiera de 1987, en las tribunas de un juego de pelota entre Industriales y Matanzas, en La Habana, Ruperto Marchatrás recibió el impacto de un cuadrangular en su cabeza. El golpe lo dejó inconsciente primero y en coma después. Transcurridos 28 años, Marchatrás despertó del infortunio sin poder explicarse la caída del bloque socialista, el ‘período especial’, la transferencia de liderazgo de Fidel Castro a su hermano Raúl y, por si fuera poco, la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Marchatrás vive ahora en una Cuba que le cuesta reconocer: desde el peso convertible como moneda paralela, hasta teléfonos móviles que –en determinados puntos– te permiten conectarte con el mundo.
Ruperto Marchatrás es un personaje de ficción de la telecomedia “Vivir del cuento”, transmitida por Cubavisión semanalmente. Su apellido hace referencia a una máxima leninista que indica que la dirección política del socialismo, por su naturaleza, avanza “un paso adelante, dos pasos atrás”. Empero, el problema del socialismo en Cuba no es de velocidad sino de rumbo. Hace 57 años se optó por una vía sin retorno, sustentada en la institucionalización de una identidad política con dos caras. Una positiva, en deslegitimación: la revolución como fe laica, cohesionadora. Una negativa que apuntala la anterior: el imperialismo yanqui como culpable de todos los males que acaecen sobre la isla.
Basta compartir la vida cotidiana del cubano de a pie para concluir que la dictadura castrista ha sucumbido ante su propia soberbia antes que al embargo. Hasta un comunismo tan disciplinario como el chino adaptó el capitalismo a sus principios revolucionarios. En Cuba la rigidez ideológica solo ha servido para justificar la terquedad de los Castro, perpetuando un modelo que subsiste a costa del sacrificio popular. La educación no es ya canal de movilidad social; la salud se destroza retando a su mito. La universalidad de estos derechos sociales no garantiza la dignidad del cubano, quien se ve obligado a buscar ‘por la izquierda’ los pesos que requiere para ‘mal-llegar’ a fin de mes (el salario promedio no supera los veinte dólares mensuales). La distribución de la riqueza en el socialismo cubano se ha convertido en el reparto de la pobreza. La tímida apertura disfraza la informalidad en ‘cuentapropismo’. El acercamiento a Estados Unidos solo ha servido para legitimar a Raúl Castro y para vender como ‘victoria moral’ un acuerdo diplomático sin cambios significativos. Los ‘cinco héroes’ han pasado de espías amnistiados a órganos difusores del discurso oficial.
Tantas décadas de ‘resistencia’ han forjado a un ‘hombre nuevo’ con un ethos alejado del avizorado por el Che. El hombre nuevo real luce hastiado, portador de un pragmatismo que socava la ideología revolucionaria y los rasgos morales idiosincráticos del cubano. Es el precipitado de la debacle antropológica de esta experimentación socialista. Marchatrás encarna a aquellos cubanos que dolorosamente constatan que ‘tantos cambios’ solo han servido para sostener a la misma élite de 1959 (y de 1989, etc.) en el poder; no para beneficio del ‘hombre nuevo’. Pareciera que la máxima de Lenin se aplica discriminadamente: los pasos adelante exclusivos para ‘la vanguardia’ castrista y los pasos atrás para el ‘pueblo revolucionario’ que ve normalizada su miseria.
Libertad para los presos políticos en Venezuela y Cuba en estas fiestas.